Un rebelde en Recoleta – Belleza y potencia, las dos claves del arte de Carpani, triunfan sobre la muerte y el olvido

Domingo 31 de mayo de 1998.

El próximo jueves 4 se inaugura, en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, una retrospectiva de pinturas, dibujos y esculturas de Ricardo Carpani (1930-1997). La exposición abarca los cinco ejes temáticos sobre los que trabajó el artista: el tango, los amantes, el Martin Fierro, las cabezas y el porteño en la jungla. Fundador del combativo Movimiento Espartaco, su vasta obra es un exponente fundamental del arte argentino comprometido con la izquierda popular y las reivindicaciones y luchas sociales. 

Ricardo Carpani nació en el Tigre en 1930 y desde muy joven se inclinó por el dibujo y la pintura de manera autodidacta. Luego de una breve estadía en París, a los 22 años volvió a Buenos Aires y estudió unos meses con Emilio Pettoruti. Del maestro cubista tomó la solidez compositiva de sus figuras, que sería una característica en toda su trayectoria. En 1957 fundó el Movimiento Espartaco con Juan Manuel Sánchez y Mario Mollari, entre otros. 

Ideológicamente trotskista, el grupo proponía un arte de contenido social, emparentado con el muralismo mexicano de Rivera y Siqueiros. A diferencia del realismo socialista, ellos no usaron la imagen naturalista y descriptiva del partido comunista en Rusia, sino que intentaron unir el arte con la política, pero con un lenguaje contemporáneo y renovador.

Por este camino, la pintura de Carpani adquirió rasgos originales, creando una iconografía del proletariado y de las luchas sociales, usando formas pétreas, de carácter escultórico, con un facetamiento de planos de porte monumental. 

Inició en esta época una impresionante obra gráfica política, con ilustraciones en periódicos y revistas de la entonces llamada izquierda nacional. Pintó murales en sindicatos obreros y en 1962 se vinculó con la CGT durante la Semana de Protesta, y le encargaron un cartel con una sola palabra en mayúsculas: “¡BASTA!”. A partir de entonces diseñó todos los afiches de la organización, que tuvieron una notable difusión masiva. Se comprometió definitivamente con la militancia de la izquierda peronista y publicó Arte y revolución (1961) y La política en el arte (1962).

En una de ellas escribió lo que sigue: “El apoliticismo en el arte es una forma de convalidar pasivamente el sistema. Es necesario restituir al arte el sentido social valedero que justifica su existencia histórica. La necesidad del artista de insertarse activamente en la lucha política de los trabajadores no deriva de una mera acción contingente, regida por criterios éticos, sino de una necesidad personal insoslayable”. 

Párrafos definitorios que en 1974 culminarían con su exilio en España, donde permanecería una década. En Europa su obra se centró en la defensa de los derechos humanos y las denuncias contra la dictadura militar argentina. Sus hombres musculosos, macizos, con esos puños cerrados en actitud de lucha, pintados con tonalidades ocres y agrisadas, dieron paso, a su regreso a la Argentina en 1984, a un cambio radical en su estilo. Su pintura se tornó más barroca y colorida, una rara selva porteña con frondosa vegetación que enmarca a sus personajes de arrabal. Allí, Carlos Gardel convive con Martín Fierro y Juan de Garay aparece rodeado de monos y leopardos. 

Poco antes de morir, el 9 de septiembre de 1997, se refirió a estas mudanzas estilísticas: su primera etapa fue “afirmativa, porque a convicciones monolíticas correspondían formas monolíticas. En cambio, una mayor riqueza de formas y el barroquismo actual corresponden a dudas sobre los medios y las metodologías de mis convicciones, porque yo sigo creyendo en la liberación del ser humano.”

Hasta el 5 de julio, en Junín 1930. Imperdible. 

POR LAURA BATKIS