Prólogo del catálogo de la exposición de Pablo Suárez en el Centro Cultural San Martín. Buenos Aires, Mayo de 2000
Finalmente llegó el 2000. No hay pasajes a la luna, no nos vestimos con polera y trajes brillantes como en Viaje a las estrellas, y si viviera Discépolo, tendría letra para muchos más Cambalaches. Las noticias del diario anuncian crónicas que parecen tomadas de un diario del Holocausto, como el nacimiento de lechones clonados que serán utilizados para trasplantes de órganos humanos. Durante la conquista de América, la moral evangelizadora obligó a los indígenas a cubrirse el cuerpo con ropa, reemplazando el aceite natural que los protegía de las inclemencias del tiempo. Entonces sudaban y se morían de gripe. Hoy, una gran cantidad de la población europea vestida y calefaccionada también se muere de gripe ante el asombro de la comunidad científica. Mientras tanto, las cucarachas engordan y se fortalecen con los insecticidas. Fausto ganó la batalla. Conseguimos la inmortalidad mediática de un sitio en la Web pero vamos perdiendo la capacidad de diseñar el proyecto de una vida propia.
De diferentes formas a lo largo de cuatro décadas, Pablo Suárez intentó trazar un camino personal, al margen de modelos impuestos. Hoy insiste más que nunca en resistir la vorágine marketinera de la pretendida felicidad comprada. Se instaló en Colonia, Uruguay, donde construyó su casa, entre los árboles de Pinar de Hurtado y la cercanía del Río de la Plata. Y se puso a dibujar, porque la urgencia del mensaje necesitaba de un medio rápido, en contraposición a la lentitud de la escultura. Con el eclecticismo que lo caracteriza, mezcla el humor del grotesco y la parodia con la solemnidad de un trazo renacentista en los bocetos para el Naufragio, una escultura que empezó a imaginar. “Es un naufragio en tierra” -cuenta el artista- “todo se va hundiendo, bidones, latas, lo que queda de una civilización consumista, y hay un hombre desesperado subiéndose a un poste, es el sobreviviente”. Como el naufragio de un sistema que está agotado, el artista se pregunta “¿No habrá posibilidad de un rediseño de esta forma de vida, donde se incorporen otros modos de entender el mundo, que no sean tan sólo el consumo obligatorio? Se ha postergado el placer, y todo lo que parece importante se va cubriendo de olvido, porque no hay metas más allá de la rapidez del día a día. Aún en los artistas, encuentro que muchos han adoptado los nefastos tics del sistema. Se habla de la profesionalización de la carrera artística, y no de la necesariedad inevitable de esta forma de vida que no surge del negocio sino desde el calor del ocio. Mi resistencia es conservar algún margen de elección, y eso tiene que ver con mi decisión de irme a Colonia. Yo necesitaba apartarme para encontrar motivos más positivos para vivir, como estar frente al espectáculo inagotable de la naturaleza sintiéndome parte de ese Universo y recuperar el sentido de actividades que no producen plusvalía. Por eso la muestra no se titula Resistencia, porque no es un dogma que yo impongo para todos, sino, yo, Pablo Suárez resistiendo, para encontrar felicidad y percibir, como ese hombre que dibujé deslizándose en su patineta, que cuando sentimos que el vertiginoso espíritu de la aventura nuevamente habita en nosotros, salta de alegría el corazón”.
POR LAURA BATKIS