Remo Bianchedi – El artista del Monasterio de Las Sierras

Buenos Aires, Marzo de 2009. Nº 60.

Expone obras gráficas de los años sesenta al ochenta en una galería de arte en La Cumbre. Laura Batkis fue especialmente a las sierras cordobesas y logro romper su silencio monacal.

La vida de Remo Bianchedi está signada por sus viajes. A los diecisiete años se fue a la selva amazónica peruana siguiendo los rastros del yagué, después vino Jujuy y la militancia, el exilio en Alemania, el retiro cordobés en Cruz Chica en 1989, y un intento de retorno a Buenos Aires en el 2002, para regresar a La Cumbre, donde está instalado hace cinco años en lo que llama el Monasterio de las Sierras.

Su casa alguna vez fue la Nautilius, el nombre de la Fundación que creó en el 2000 para capacitar a chicos carenciados, por entonces al mando del Capitán Nemo. Porque en sus viajes Bianchedi también crea su propio doble: fue Santiago en los años de militancia, después fue Anatol Lotana el bibliófilo, Max el casado sufriente en los noventa, Bárbara Sommerfeld artista feminista de la Bauhaus, y más recientemente el pudoroso Marcelo Delcampo. En su “Ortodoxia”, Chesterton cita la historia de un piloto inglés que, calculando mal su derrotero, descubrió Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla. Como ese piloto, el artista hoy a sus 58 años volvió a Cruz Chica y finalmente se manifiesta como Remo, sin heterónimos, y al desamparo de su propia humanidad.  

¿Por qué volviste a La Cumbre? 

Cuando uno hace las cosas, a veces no se da cuenta de lo que está haciendo. Se reconoce el camino por donde se va, pero no sabe muy bien por qué está ahí. La ida a Buenos Aires tuvo diversas motivaciones. Pero después de estar casi tres años, hoy me doy cuenta que la motivación más importante, que es la que hoy me sustenta, fue independizarme de lo que se llama “el mundo del arte”, de las galerías, los coleccionistas, etc. 

¡Te estás convirtiendo en un mito, hace ocho años que no exponés en la Capital, sos como el artista solitario de las Sierras!

Tengo mucha curiosidad de saber cómo me ven, aunque nunca he tenido necesidad de justificar mis idas y venidas. 

Me parece que estás más conectado de lo que la gente cree…

Para mí, la imagen gráfica más bonita que hay es la curva de un puente, pero no por la curva en sí sino por lo que implica de dos orillas. Esa posibilidad de transitar de ida y vuelta la propia vida. Buenos Aires me significó también un lugar mío donde poder desarrollar mi Remo porteño. Pude comprarme allí una casa enorme, con una gran terraza que ahora la habita mi hija. Me gusta saber que puedo ir, tener mi espacio, libros, música y mi taller. Un lugar autónomo dentro de la Ciudad Autónoma. Y una vez que la tuve y la logré poseer, ya estaba el objetivo cumplido. Y me volví a Cruz Chica. 

¿Y qué te pasaba con Buenos Aires? 

Me pone nervioso. No quiero caer en el lugar común del smog y todo eso que es inevitable en cualquier ciudad grande. En Buenos Aires no puedo trabajar. Yo para trabajar necesito ver el mundo, lo que me rodea. Y la velocidad de Buenos Aires me impide pensar. Para pintar hay que hacerlo despacio. Lo atribuyo también a una incapacidad mía. Duchamp dijo “Yo no me voy a Nueva York, me fui de París”. A mí también me pasó eso, no me vine a vivir acá, me fui de Buenos Aires porque no es por el momento mi contexto. 

Hace nueve años, en tu primera venida a las sierras me dijiste: “Es mi último exilio”.

Sí. Cambió eso. Ahora es el lugar que yo elegí. El exilio implica destierro. Y eso sentía en aquella época. En ese momento me hizo muy bien haber venido a vivir acá, comprar esta casa, luego volverme a Buenos Aires, probarme que me puedo mover y actuar, con un costo energético más grande que el de acá, para finalmente regresar a las sierras voluntariamente.

Vivís solo, casi aislado, a 1400 metros de altura y a tres kilómetros del pueblo más cercano. ¿Cómo te llevás con esa soledad? 

En principio fue escapar de aquello que me molestaba, de aquello que no era mío. Eso fue uno de los motores que me trajo acá. Cuando vine la naturaleza me resultó más extranjera aún, porque nosotros no tenemos vinculación con la naturaleza. Necesité casi veinte años para convertirme en un árbol, en un ritmo absolutamente natural. Yo antes era pájaro nocturno, ahora soy diurno, antes era cazador, ahora soy agricultor. Antes estaba dominado por las urgencias, ahora no. Antes me guiaba más el miedo que la voluntad, y ahora es la precaución o el instinto. Acá en La Cumbre hay una recuperación de un tiempo interno que es muy importante. Vivo en soledad la mayor parte de mi tiempo. Por eso le puse Monasterio a esta casa. Porque son sitios que están en la punta de una montaña, habitados por personas que han decidido vivir en soledad. Es una soledad que te alimenta, no que produce tristeza. Además, hay que diferenciar entre estar solo a sentirse solo. Este es un lugar para pensar despacio. Vivo acá porque no puedo vivir en otro lado. No quiero sentirme extranjero corporalmente. Puedo transitar la ciudad pero como puente, sin contaminarme. Y el puente se va moviendo. La otra orilla no es ahora necesariamente Buenos Aires y tal vez sea un puente circular, donde salís de una orilla y volvés a entrar en la misma. Alejándome me he acercado, veo mejor. 

Cuando existía la Nautilius esto era la Nave y esto ahora es un Monasterio

Sí, es un Monasterio ateo. 

Y antes eras el capitán Nemo. 

El Capitán Nemo se fue. 

Vos vas cambiando con tus heterónimos: Max, Anatol Lotana, Marcelo Del Campo…

Era una forma de no presentarme yo. Acá me di cuenta que me encanta que me digan Remo. 

Antes querías ocultarte. 

Sí. Porque fui víctima voluntaria de un modo de cultura, donde aquella persona que hiciera de su deseo o de su voluntad ser él mismo, estaba penado. Una cultura que fue mi familia, tiempo histórico y época de militancia. La he vuelto a revisar y me doy cuenta de que nosotros, que aborrecíamos el autoritarismo, éramos autoritarios. Era tal el terror al tótem, al padre, que lo imitamos y nos convertimos en uno. Ahora tengo la satisfacción de saber que el trabajo tiene uno de los objetivos más importantes: ser feliz. 

Tus objetivos de antaño eran más ambiciosos, como cuando armaste la Nautilius…

Sí, y funcionó. 

¿Volverías a hacer una acción similar, intentar poner en práctica el arte insertado en la praxis social? 

Ya no, porque hoy no creo que se trate de que alguien transforme el mundo. El mundo se transforma solo. Y no se transforma en la dirección que uno desea a veces, pero… ¿por qué debiera hacerlo? ¿Por qué yo tenía que imponer al resto de los argentinos como en aquella época de los ’70 que la Patria Argentina fuera socialista? ¡Yo no le pregunté a nadie! Beuys decía que las únicas utopías son las posibles. Yo creo en eso, porque son realizables.  Ahora, por lo menos para mí, se trata de repensar el modo en el que uno se inscribe en el mundo. Creo que hoy no existen más los valores que sustentaban el arte hasta hace muy poco tiempo. Pareciera que las leyes del mercado se han convertido en las leyes del arte. Por eso pienso que el silencio de Ivo Mezquita en la Bienal de San Pablo es buenísimo. ¿Cuál es el para qué de guardar silencio hoy? ¿Por qué yo me silencié? Porque creo que el silencio que estoy guardando es para reflexionar sobre lo que hago. 

Tu última muestra individual en Buenos Aires (Los Inocentes, año 2000) era la de un Remo “comprometido” ¿Qué cambió hoy? 

El compromiso sigue existiendo. La injusticia me afecta. 

Pero tu obra se ha vuelto más poética. 

El tiempo cambió. Hoy siento un compromiso con la poesía. Compruebo en la vida cotidiana que poesía es verdad. Y la belleza es el resplandor de lo verdadero. 

¿Por qué bautizaste Monasterio a esta casa?

Primero se llamó Monasterio Soltero…

Muy duchampiano…

Sí, entonces pensé que no creo en nada que vaya más allá que no sea la naturaleza. Era una contradicción tener un monasterio, entonces fue el Monasterio ateo. No hay gritos, no hay estridencias. Acá es para estar en paz, salud, felicidad y libertad. Es un lugar de reflexión. La casa es verdaderamente una extensión mía. 

Hay reglas básicas.

Sí, es un Monasterio no monoteísta, no monógamo y no es monotributista…

Cuando llegué me dijiste antes de entrar que había otras tres reglas fundamentales.

Sí, la voluntad, la capacidad de acción y la acción misma. Por ejemplo, ante algo que deseo, se me ocurre una muestra y pienso: ¿tendré voluntad para hacerla? Entonces dejo que el tiempo lo decida. 

Entonces, ¿qué es el arte? 

Un oficio humano, particular porque produce símbolos. Depende de la capacidad humana poner algo nuevo en el mundo. 

Una galería en el paraíso

En la muestra de Bianchedi en El Paraíso, se manifiestan los diferentes cambios en su relación con el dibujo. En los años sesenta y setenta es guiado, entre tantos, por los grabados de Durero y después por el automatismo psíquico usado por los surrealistas como proyecto liberador, con esa frase de Breton como guía: “Cambiar la vida según Rimbaud y transformar el mundo según Marx”. Es cuando emprende la tarea de la librería propia con Libros Libres en Jujuy y su época de militancia. Roberto Aizenberg empieza entonces a ser un nuevo referente en su trabajo. Hacia los ochenta, la línea es más suelta, más ligada al neoexpresionismo de aquella época, exiliado en Alemania mientras estudiaba Diseño Gráfico y Comunicación Visual en la Escuela Superior de Artes de Kassel, y asistía a los seminarios de Joseph Beuys. Con él aprendió que el dibujo es pensamiento, y la idea del concepto ampliado del arte que reconcilia saber con hacer, la palabra y la acción. 

Hablame de tu muestra actual acá en La Cumbre

La hice con un objetivo muy preciso: que mis vecinos desde hace veinte años conozcan lo que hice antes de venir a La Cumbre, o sea presentarme. Acá no quiero ser diferente. Antes yo usaba anillos. Me los saqué porque me di cuenta de que tenían una función simbólica en mí: diferenciarme. No quiero andar diciendo todo el tiempo que soy artista, lo quiero bajar a tierra. El arte es un trabajo como lo era en el Renacimiento donde había Gremios de artistas.

¡Qué época el Renacimiento! ¿Qué habrán tomado para expandir la conciencia? 

Creo que el conocimiento era la droga. Imaginate a Leonardo diciendo: “Bueno, me voy al cementerio, disecciono el cadáver, lo dibujo y mientras tanto escribo, al revés”. Estaba averiguando cómo estábamos constituidos. 

¿Y ahora qué se hace para expandir la conciencia? 

Las drogas son instrumentos de conocimiento cuando se utilizan con tal fin. Como instrumentos de conocimiento son también vehículos de liberación. Son motivo de exploración, investigaciones del artista. Huxley que tomaba heroína o Michaux, y que hicieron poesía pura, no son los pibes de hoy, que excluidos, se intoxican con paco. Cambiaron los tiempos, cambió el uso. Hoy no se usan para expandir sino para contraer y esclavizar. No me gusta verlo a Charly García drogarse así, hacerlo mal. Como te decía es una herramienta y hay que saber usarla como cualquier otra. 

Últimamente decís arte es salud. Por completo. El arte me mantiene sano física y psíquicamente. Es terapéutico. Si no hiciera arte podría convertirme en un asesino serial. Hoy me gusta producir vida sana y en eso encuentro un sentido de lo sagrado diferente. Cuando yo me fui a tomar ayahuasca con los yipibos al Perú, a los diecisiete años, un poco estimulado por la lectura de William Burroughs y Allen Ginsberg en Cartas del yagué, no lo hacía para evadirme de la realidad. Al contrario, era un instrumento de conocimiento, para comprender la realidad. Hasta hoy todavía me alimento de esa experiencia.

POR LAURA BATKIS