Remo Bianchedi

Abril 2001 – N° 172.

Exposición “Los Inocentes” de Remo Bianchedi en Fundación Federico Klemm, Buenos Aires, septiembre 2000.

Remo Bianchedi nace en Buenos Aires, Argentina en 1950. Pintor autodidacta, se radica en la provincia de Jujuy en 1969, época en la que interviene en la militancia política como miembro de la Juventud Peronista. En 1976 se exilia en Alemania, y obtiene la beca Albrecht Dürer a través del Deutsche Akademischer Austausschdienst (D.A.A.D), con la cual realiza estudios en Diseño Gráfico y Comunicación Visual en la Escuela Superior de Artes de Kassel. También asiste a los cursos y seminarios de Joseph Beuys hasta 1982, año en el que se radica en Madrid como maestro de Taller de Litografía del Grupo 15. Instaurada la democracia en la Argentina, regresa al país en 1983. Desde hace 10 años vive en La Cumbre, provincia de Córdoba. Allí elaboró la muestra Los Inocentes, que presentó recientemente en la Fundación Federico Klemm. Y allí, con la imaginación aliada al conocimiento, inventó otra forma de reconciliar el arte con el trabajo humano mediante la creación de la Fundación Nautilius, dirigida a jóvenes carenciados. 

PREGUNTA: Me parece extraño en esta época tan despolitizada que un artista piense en el arte como un modo de inserción en la praxis social, hoy que estamos tan alejados del arte político.

RESPUESTA: No es tanto un hecho político. Yo fui discípulo de Joseph Beuys cuando estuve exiliado en Alemania, y hace muchos años que quería saber si era posible, aunque sea como experimentación, entender la práctica artística como vehículo de transformación social, como modificación de problemáticas sociales. Entonces, en esta instancia democrática, lo primero que se me ocurrió fue armar una institución, que no fuera un grupo en el que después la gente se termina cansando, disociando. Y así encontré el modelo de fundación, es la Nautilius. La letra i es muy importante, porque la Nautilus, que es el verdadero nombre del libro de Julio Verne se hundió. Y no quiero que esta nave se hunda. Así es como empecé a armar la didáctica, la forma que tendría que tener para que todo esté dentro de la práctica artística.

P.- ¿Cuál es el espacio físico de esta fundación?

R.- En la parte marginal de La Cumbre, allí renté una casa para los talleres.

P.- ¿Cómo relacionas los dibujos de Los Inocentes que presentaste en Klemm con la Fundación Nautilius?

R.- Los dibujos son el prólogo a una acción, como si fuera el gráfico que anticipa a una acción. La idea misma de la Nautilius es una acción. Todo lo involucro dentro de la práctica artística, lo cual me da mayor posibilidad creativa e independencia del poder político y económico.

P.- ¿Cómo se financia la Fundación?

R.- Es de absoluta autogestión. El capital inicial son los 50 dibujos de Los Inocentes. Logré que la obra de un artista sea bien de capital, por lo tanto esas obras no son de mi propiedad, son de la Fundación Nautilius. Los dibujos son el proyecto, la acción es la Nautilius, y la primera acción concreta es el Taller de Diseño y Oficios en La Cumbre. Se están capacitando 60 alumnos con salida laboral.

P.- ¿La salida laboral es una premisa?

R.- Absolutamente. La condición es que todos los talleres que se hagan (música, escritura, albañilería) tengan dos pautas concretas: capacitación e inmediata salida laboral. Al mes el alumno tiene que ver su producto en la calle. 

P.- Digamos que no es un taller de arte donde se dictan cursos…

R.- No. Es como un paso posterior a la escuela Bauhaus. Yo incluyo dentro de los legítimos derechos humanos uno que no se menciona: la capacitación y el trabajo. Es un derecho humano que debería estar en la Constitución.

P.- ¿Por qué en La Cumbre?

R.- Porque es el lugar donde vivo y porque los jóvenes ya están definitivamente excluidos de la sociedad, no hay dinero para mandarlos a estudiar. Hay un alto índice de suicidios de jóvenes que se ahorcan en el centro del pueblo.

P.- ¿Cómo fue el sistema de convocatoria?

R.- El chisme: es el sistema más barato y efectivo. Un día me senté en el pueblo y le comenté a una sola persona la idea de la Fundación, y así la gente se fue enterando.

P.- ¿Cómo se realiza la inscripción?

R.- Los que vienen eligen un taller. Todos los talleres son gratuitos. El joven se capacita, por ejemplo, tres horas por semana en el taller de computación, que es obligatorio para todos porque el que no sabe hoy usar una computadora es un analfabeto. Esas tres horas de capacitación el alumno las devuelve eligiendo, en común acuerdo con los maestros de taller, otro taller con una salida laboral más rápida, en el que cobra como ayudante de albañilería, u otros. De los 60, ya tenemos 30 que están trabajando.

P.- ¿Este sistema está relacionado con la forma de enseñanza que impartía Beuys en Kassel, donde estudiaste?

R.- Sí. También es una devolución a mi maestro. Él a mí me modificó la vida.

P.- ¿Por qué te fuiste a vivir a La Cumbre, es un retiro?

R.- Yo le llamo el último exilio. Necesitaba tener perspectiva, distancia para ver las cosas. Y aunque soy porteño, sentía que Buenos Aires me estaba ahogando. Igual mi actividad profesional es en Buenos Aires. Expongo en galerías e instituciones de la Capital.

P.- Es curioso, porque encuentro una cantidad de artistas que están tomando una actitud similar, como Pablo Suárez que se fue a vivir a Colonia, Uruguay.

R.- Es un fenómeno mundial, en otros países, artistas como Anselm Kiefer o Boltanski se fueron a vivir apartados de la ciudad. El proyecto de la Nautilius no lo podría hacer acá, en Buenos Aires. Tampoco puedo pintar.

P.- La ciudad te come el cerebro….

R.- Sí, es fantasmagórica. Están todos corriendo en pos de una meta que la tienen muy cerca de las narices, y no la ven. Tampoco soporto el amontonamiento y la masacre indiscriminada. Y menos aún la pobreza que se visualiza, los niños pidiendo en la calle, me horroriza, no lo puedo ni ver.

P.- ¿Estás más conectado con lo que sucede alejándote?

R.- Exactamente. Además tengo un taller por Internet, con 70 alumnos, donde la enseñanza es un instrumento de conocimiento dialéctico. El discípulo y yo aprendemos al mismo tiempo, intercambiamos experiencias. Y mi función es caminar al lado del alumno. Estoy conectado con gente de todo el mundo, y lo que recibo son proyectos: enseñar a un artista cómo se presenta un proyecto, cómo se presenta una carpeta en una galería, cómo se consigue un sponsor. No establezco ningún juicio sobre lo que hace, intervengo simplemente en cómo lo presenta, cómo lo conceptualiza. Esa es una gran carencia de las escuelas de arte de la Argentina. El artista reflexionando, conceptualizando, sabiendo poner en palabras lo que quiere decir, lo que quiere preguntar, lo que quiere hacer, y cómo hacerlo.

P.- Tu discurso gira en torno a la oposición frente al autoritarismo y a la discriminación. Es una preocupación que parecía que en nuestro país se había terminado, me refiero al arte, a los artistas en general.

R.- Es ahí donde establecés tácticas de estrategia. Yo desde Córdoba, en La Cumbre, desde el cerro donde vivo en Cruz Chica me pregunté: ¿Qué falta en Buenos Aires?, y me di cuenta de que lo que falta es compromiso. Así es como en 1996 hice la primera muestra, tomé la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, y las cuatro salas laterales, enteras, que nadie las había pedido. Me las dieron en seguida, porque nadie tenía ganas de hacer algo ahí. Eso es la perspectiva. No se trata de aprovechar la coyuntura, sino de meterte donde ves que hay grietas en el sistema, despacito, con tolerancia, con infinita paciencia, avanzar.

P.- Me gustaría saber tu opinión respecto del arte actual, me refiero a las generaciones más jóvenes.

R.- Encuentro que hay carencia de un rastro humano. No es una ausencia de ideología, porque es otra ideología que la que nosotros -mi generación-manejábamos. No hay sorpresa. Por eso yo pongo cuerpos. No hablemos más de “los carenciados”, o “los jóvenes”, hablemos de Juan, de Luquitas, tienen nombre. Porque en Argentina nosotros hablamos de “30.000 desaparecidos”. Hablemos de uno sólo, que se llamaba, por darte un ejemplo, Juan X. Ahí la idea de humanidad se corporiza. 

El arte que se practica hoy es “realismo socialista”. La falta de contenidos es la falta de contenidos de la sociedad. Me parece raro que los artistas obedezcan al poder de esa manera. Imitan al poder. Banalización general, arte banal. Es un arte tan ideológico que los procedimientos que usan son los que ya están dados. Hay un programa de diseño en computadora que se llama Adobe Premier que no tiene efectos, los tenés que inventar vos. No lo usa nadie, porque tenés que pensar, estudiar, tener paciencia…Usan Photoshop, Corell.

P.- Y los críticos, los jurados que premian esas obras no se dan cuenta.

R.- Y muchos críticos son tan banales y tan “socialistas…; en fin, es una larga discusión. Salvo algunas excepciones, las críticas están disociadas de las obras de las que están hablando. Eso de que la crítica es una práctica artística autónoma, está bien, pero tampoco exageremos, aunque sea que te nombren, el apellido, algo. Hubo una crítica que me hicieron que hablaba de Freud, de Lacan, y yo pensaba pero si soy yo el que está exponiendo.

Los premios ya están dados antes de hacer las bases.

P.- ¿Vos pensás que fue siempre así?

R.- No tanto. En los años 70 el Premio De Ridder fue un ejemplo de honestidad y corrección alucinante. Y no era un premio importante de dinero. Yo lo gané en el 75 en grabado, y la importancia de ese premio era la seriedad. A veces hablo de Argentina de los 60 y los 70 y parece que estoy hablando del futuro. Pero no, es el pasado. Hugo Parpagnoli y tanta gente, profesionales, que conocían, sabían y guiaban al artista. Yo tuve la suerte de trabajar con Jacques Martínez, que fue mi marchand durante 25 años, yo aprendí mucho de él: a colgar una muestra, a manejarme en el medio del arte, en el mercado.

P.- Los críticos y los marchands estaban más cerca del artista….

R.- ¿Sabés qué tenían? Tenían pasión. La situación hoy es muy diferente. El sistema se está derrumbando solo. Y la gente se está dando cuenta, sin violencia. Eso es fundamental. Hoy pienso que, a diferencia de los años 70, es necesario evitar la violencia, que ya sabemos en qué termina.

P.- En tus dibujos hay textos.

R.- Son cosas que voy anotando como noticias que van sucediendo. Por ejemplo: “Ejército Zapatista de Liberación Nacional”. Eso es porque el Subcomandante Marcos es nuestro padrino de la Fundación. Yo trabajo para el Ejército Zapatista, hago diseño gráfico para las cartillas de alfabetización. 

P.- ¿Quiénes son Los Inocentes?

R.- Los jóvenes, que son los más vulnerables, y tanto ellos como las minorías (donde yo me incluyo), vamos a ser excluidos de esta sociedad muy pronto. Entonces hay que empezar a buscar entrelazamientos, vínculos. Lo importante de esto es que se hace a través de la práctica artística. Eso es un escudo increíble.  Para mí lograr que en la legislación argentina el trabajo de un artista sea considerado bien de capital es un logro.

P.-  A nadie se le ocurrió…

R.- No. ¿Y por qué? Porque estamos acostumbrados a que papá Presidente nos mande las cosas y que hagan lo que quieran con el país. Y no. Tenemos derechos que están amparados por la Constitución. Tenemos derechos como ciudadanos a que no derriben la ESMA, que fue un centro de detención clandestino en la década del 70. Pero el asunto no es ir con un cartel, sino contratar un abogado y pedir un recurso de amparo para que no la destruyan. Está en la Constitución.

P.- Estuviste exiliado en Alemania, y después en Madrid entre 1976 y 1983. ¿Hoy seguís con la convicción de una necesariedad de militancia y de lucha?

R.- Yo creo que sí, porque nuestra militancia fue abortada, también por nosotros mismos, fuimos en parte responsables. Me quedó una asignatura pendiente y una gran necesidad de salir del rol de artista plástico, que no me gusta. Me siento más como un escritor, un pensador. Hoy la responsabilidad del artista no es explicar lo que sucede en el mundo, sino preguntar lo que se debe en el momento y lugar justo. Y para eso hay que estar preparado, hay que reflexionar abarcando el campo del arte.

POR LAURA BATKIS