Galería Ruth Benzacar (Buenos Aires). Nº 186- octubre 2002.
En el subsuelo de la galería Ruth Benzacar se exhibe Homo Ludens, la muestra de Nicolás Guagnini (1966). Como dice el artista: “En los sótanos de Buenos Aires hay tres actividades que se realizan tradicionalmente: el juego por dinero, la prostitución y la exhibición de arte”. Y pone en práctica frente a su obra la manera operativa en que el arte comparte aspectos tanto del juego como de la prostitución. Este podría ser el eje fundamental que articula todo el proyecto del artista, quien trata de manifestar claramente los parámetros de lectura de su trabajo. Por eso, la actividad de Guagnini incluye también la crítica de arte y la filmografía. Estudió con Roberto Aizenberg, fue partícipe en el panorama de los años 90 en la Argentina, hasta que en 1996 se radicó en Nueva York y fundó junto con Karin Schneider “Unión Gaucha Productions”, una compañía de cine experimental.
Guagnini establece en su muestra una dialéctica con los movimientos utópicos del arte del siglo XX en la Argentina, y, más específicamente, con la vanguardia constructivista de la década del 40, liderada por el movimiento Arte Concreto Invención. En contra de la terminología abstracta, ésta se volcó hacia un arte “no- representativo”, poniendo énfasis en los problemas sintácticos de la forma y dejando de lado la dimensión semántica y narrativa. El Manifiesto Invencionista de 1946 afirmaba la necesidad de usar una técnica precisa, la invención y no la creación de carácter romántico y, fundamentalmente, la acción liberadora de este arte nuevo al dejar al margen el idealismo de la representación. Esta acción liberadora se pondría en marcha en la praxis social revolucionaria y la lucha de clases. Guagnini se apropia de un cuadro de Raúl Lozza, el más radical del grupo, adherido al comunismo más riguroso, quien posteriormente funda el Perceptismo, -una teoría que propone la correspondencia entre los ángulos del marco recortado y el color programado para impedir la ilusión espacial-. N©G es una mesa de billar que en vez de tener el típico formato cuadrangular, está modificada reproduciendo un cuadro de marco recortado de Lozza, con su cuadrícula de colores en los ángulos. De este modo, Guagnini hace su propio comentario crítico revisionista del arte concreto. Una obra en dos tiempos históricos. El pueblo al que se dirigía el movimiento vanguardista sigue buscando en el arte la decodificación de un mensaje inscripto en una representación. Cincuenta años después, el fracaso de la utopía liberadora del arte se resuelve en la mesa de Guagnini. El espectador es invitado a jugar y, de este modo, la intervención en la praxis social es un hecho que se hace efectivo por la práctica lúdica con el recorrido de las bolas: cada vez que las bolas se mueven, se arma el proyecto de un cuadro concreto nuevo. En la mesa, entonces, se verifican todas las obras posibles, y cada vez que un espectador juega, opera como un performer partícipe del movimiento Arte Concreto Invención. Pero hay otro aspecto que alude a un comentario político sobre la distribución de la obra de arte en el mercado. La muestra se completa con una serie de dibujos que el artista usa como mercancía o moneda de juego. En cada caso, el artista establece una negociación hasta que se concilia la apuesta. El espectador ofrece una suma de dinero en juego, equivalente a uno o más dibujos del artista. La puesta en acto del juego se realiza dentro de un ámbito comercial (una galería de arte), y el artista trabaja-juega- bajo el yugo del porcentaje obligado como una especie de impuesto a la consagración que verifica las reglas del mercado del arte contemporáneo. Nicolás Guagnini es un gran jugador, y lo sabe. El artista Ernesto Ballesteros apostó sus futuros 30 años de producción, a ser cobrados a los coleccionistas de sus obras. Ahora Guagnini se enfrenta con una compleja contrincante. En la casa de Ruth Benzacar había una mesa de billar, que fue escenario de varias jugadas de su hija Orly, actual directora de la galería donde el artista exhibe su muestra. La marchand puso en juego el 100% del valor del billar modificado. Guangnini y Benzacar siguen jugando. De la utopía vanguardista se pasa entonces a la realidad salvaje de las reglas del mercado del arte: ahora cada vez que las bolas se mueven en la mesa, el recorrido de las mismas va diseñando el posible destino del propio artista.
POR LAURA BATKIS