Prólogo del catálogo de la exposición de Miguel Harte en el Centro Cultural General San Martín, Sala 1. Buenos Aires, abril de 2005
Miguel Harte es un inventor de mundos paralelos, con rasgos particulares de un planeta privado. Irrumpió en la escena porteña como un Pollock del subdesarrollo con una técnica novedosa y personal: el uso del Martilux, derramado sobre enormes soportes de madera. El esmalte sintético se dispersa creando formas acuáticas de carácter orgánico que el autor observa entre el control y el azar. Después le agrega inclusiones en resina transparente con personajes minúsculos moldeados en caucho de silicona que conforman extrañas escenas. Todo un mundo de lujo barato y pátinas lustrosas articulan su estética galáctica de una notable belleza nueva y diferente. Las escenas de sus obras parecen batallas en las que hay formas tentaculares que intentan devorar a pequeños personajes y remolinos como lava volcánica a punto de chuparse la tierra toda en un cataclismo. Algunos cuadros parecen brillar como lagunas de otro planeta, dándole respiro a los pensamientos del artista. Como esa paz inquietante previa al desenlace de la catástrofe.
Diluvios, erupciones, rompimientos, explosiones. Ese es el Mundo Harte, como las series de televisión en blanco y negro con monstruos y viajes por el túnel del tiempo.
En otras obras la escena tiene rasgos de un erotismo fatigado con la divina decadencia de una sexualidad voluptuosa, donde relatos y paisajes asoman del interior de una superficie tajeada, árida y desértica. Espesas gotas que están a punto de caerse, ramas que parecen chorros eyaculatorios y orificios.
En el Mundo Harte hay olor a parque de diversiones, a hotel alojamiento, a plantas de plástico en peceras con piedras de colores. También hay lámparas con estructuras biomórficas y bolas de vidrio como los muebles que decoran la psicodelia típica de las discotecas de barrio.
Los dibujos con personajes metamorfoseados entre hombres e insectos tienen rasgos de las series de ciencia ficción, en paisajes orgánicos que se derriten y chorrean, creando una iconografía personal que por momentos remite a El Bosco, a las gárgolas medievales y al cine clase B. En los cuadros con poliéster el artista abolla la superficie y la pinta con colores opacos y satinados, atrapando al espectador con la sensualidad aterciopelada del material que pide ser tocado.
El Mundo Harte comparte el territorio de la revulsión y el deseo, esa zona donde la belleza y el horror se complementan en una perfecta armonía.
POR LAURA BATKIS