Sección Espacio de Artista, edición marzo 2000.
Las mujeres artistas son pocas, y cuando aparece alguna en el mundo del arte, no puede distinguirse su imagen de la de los varones. ¿Acaso hay que diferenciar la producción artística desde el punto de vista del género sexual? Probablemente no, pero lo que es seguro es que cuando una mujer pinta, su deseo privado queda tapado, tal vez por la presión de parecer inteligente en un circuito absolutamente machista. Marcia Schvartz es tal vez la única artista que sin concesiones se animó a pintar hombres desnudos, sensuales, y toda una saga erótica partiendo de lo que a ella le interesa y la seduce.
En cierta oportunidad, el genial Albert Einstein confesó con absoluta sinceridad que podía entender los sistemas más complejos de la física y del Universo, pero que a las mujeres nunca las pudo comprender. Mientras tanto, Sigmund Freud afirmaba que “La líbido, de manera constante y regular, es de esencia masculina, ya aparezca en el hombre o en la mujer”. Cuando Simone de Beauvoir decide ocuparse del tema sienta las bases de los primeros estudios feministas en El segundo sexo (1949) con una aguda investigación socioeconómica del papel de la mujer en el sistema capitalista. Siguiendo la postura de Marx en su Manifiesto, coloca como grupo oprimido a la mujer junto con el proletariado. Pero va más allá al plantear datos biológicos que constituyen claves para comprender su “sometimiento a la servidumbre de la hembra” aunque aclara que esto no constituye un destino petrificado.
Es muy probable que ese destino sea una construcción ancestral elaborada culturalmente y enquistada en nuestro inconsciente a través de mitos y alegorías. Con una postura radicalmente anticlerical, el artista argentino León Ferrari plantea el nacimiento de estos conflictos en la tradición judeocristiana, que explica y justifica la justicia sagrada en “ese código penal que se extiende en los libros de la Biblia” y que comienza, justamente cuando Eva, una fémina rebelde, desobedece la prohibición divina de comer el fruto del conocimiento. Entonces canjea su inmortalidad de frígida analfabeta por sabiduría y placer, pero también por la suma de angustias y padeceres que los hombres inventaron para castigar la pasión.
Popularmente, la pasión femenina es sinónimo de histeria, en el hombre, por el contrario, implica talento. La pasión de Marcia Schvartz también fue condenada con años de indiferencia por los organismos culturales, que preferían no meterse con la crudeza de sus imágenes ni lidiar con su temperamento muy alejado del llamado “sexo débil”.
Hay algunos calificativos sorprendentes que circulan en las charlas de café. “Marcia pinta como un hombre”, “Marcia es un travesti” o, una extraña aseveración, “la suya es una pintura gay”. Lo que se califica como gay en su obra es la valentía de mostrar una iconografía ligada a sus deseos más íntimos:
hombres desnudos, morochos argentinos, con la sensualidad voluptuosa que penetra el alma masculina en su instante más descarnado. Es como si esa falta de pudor fuera una excepción en lo “típico femenino”.
Ella es hoy el paradigma de la mujer artista, de aquella que logró ocupar un espacio en el circuito del arte, seguida por las jóvenes generaciones como un ejemplo de resistencia y de lucha.
En su curriculum, entre exposiciones y premios figura el nacimiento de Bruno, su hijo. La artista dice que: “Esto es algo que algunos artistas me lo cuestionaron. Pero para mí el nacimiento de un hijo tiene tanta o más importancia que una exposición, es un dato para el espectador porque marca un corte, cambió todo mi entorno, y mi manera de trabajar”.
Schvartz pertenece a la generación más castigada de la historia argentina. La que militó en el peronismo de izquierda con el regreso de Perón al país, la de los miles de desaparecidos durante la dictadura militar, el exilio forzado en el exterior y aquella en la que comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de una enfermedad nueva, que provocó otras muertes por la propagación del HIV. Durante los 7 años de exilio obligado en Barcelona pinta escenas costumbristas de tono popular. Se fascina por el retrato como género y comienza su saga grotesca de la realidad urbana. Mediante la observación aguda de su entorno, describe con un expresionismo sórdido los personajes que circulan por su vida. Se compromete con el modelo en una actitud visceral, lo penetra y resalta con un estilo despiadado la sordidez salvaje de la condición humana.
Cuando vuelve a Buenos Aires, documenta con un realismo incisivo de colores ácidos, la decadencia pintoresca y marginal del “under” porteño, poblado de travestis, actores, músicos de rock, y aquellos personajes que evidencian las marcas de la droga y el alcohol, con la delgadez extrema de sus cuerpos consumidos, el rostro como una mueca congelada y una especie de tensión interior en el vacío insondable de la mirada ausente. En “Tirado en la chaise longue”, los pliegues y huecos del cuerpo desnudo masculino se contraponen con la sensualidad del sofá violeta aterciopelado. Hay un contrapunto entre la forma que Schvartz elige del cuerpo y el fondo donde lo coloca. Las costillas del hombre en “La vida te ríe y canta” forman una secuencia continua con el colchón viejo, sin sábanas, enfatizando la desnudez con la intemperie y la desolación de la habitación vacía.
Sin embargo, su obra no carece del humor de la cultura popular, con la riqueza de las manifestaciones que abarcan la parodia, la sátira y la ironía. Es una vertiente crítica que usa fuentes marginales en contraposición al canon asumido como la norma de la cultura oficial. Por eso es que se ubica en la esfera de lo extra artístico, tomando rasgos de la caricatura y de los movimientos de los llamados países centrales. En su obra se pueden hallar datos de la tradición del expresionismo europeo y del realismo de entreguerras (Otto Dix, Lucien Freud), pero frente a ese espejo la artista nos ofrece una imagen intencionalmente deformada. Se superponen de manera heterogénea los lenguajes europeos imbricados y violentados. La intertextualidad, entonces, se presenta como el canto paralelo (parodia) desde la elección misma del estilo, que no oculta sus referencias, citas y alusiones al acervo de la historia del arte occidental, del cual dispone libremente.
El humor y la sátira son rasgos que definen la fisonomía del arte argentino. Tal vez, una hipótesis posible sea pensar que la historia argentina no tiene una tradición democrática, está plagada de regímenes autoritarios, golpes de Estado y conformada en su mayoría, por una capa social muy conservadora. Entonces la risa, con su carácter universal, ha sido siempre un arma poderosa para abolir provisionalmente las relaciones jerárquicas de los sistemas opresivos. La ambivalencia del humor permite que el artista establezca un juicio sobre la realidad comentada de manera oblicua, distanciada, con una fuerza regeneradora que provoca en el espectador una reflexión profunda sobre aquello que en primer momento resulta cómico.
Los cuadros de Schvartz resultan provocativos, incomodan porque delatan la contracara desencantada del fervor inicial por la restitución en el país de un gobierno democrático, como la posterior hiperinflación económica y la creciente desocupación. En la serie de los Morochos, retrata a los grupos demográficos que conforman la población urbana proveniente de países fronterizos, en una serie de cuadros que aluden al estereotipo del varón latino, el “macho” con la tez morena, la cara huesuda y una sensualidad viril idealizada o el típico “chongo”, definido en el lunfardo como “hombre joven y viril”.
Con cierta ternura, nos describe a estos morenos que se bañan, se afeitan, en la intimidad de sus rituales cotidianos. Aquí la artista empieza a alejarse de la manía casi obsesiva del modelo vivo, y crea una imagen más libre, sin la atadura de la presión detallista. Le siguen las Indias, en un mundo onírico americanista, y los paisajes locales con flores y cactus.
Si bien ahora se ubica en un planteo más simbolista, la vertiente crítica sigue vigente en su producción actual, como en Nuestro río es nuestra sangre, aludiendo a los cuerpos torturados de prisioneros políticos arrojados al Río de la Plata hace dos décadas. Una pintura sin concesiones.
POR LAURA BATKIS