Prólogo del catálogo de la muestra de Remo Bianchedi en Galería Sara García Uriburu, stand B17 en ArteBA 2003, XII Feria de Arte Contemporáneo de Buenos Aires
Las obras de Bianchedi están signadas por sus viajes. Los terrestres y los imaginarios. Los primeros lo llevaron a buscar en la selva amazónica peruana los rastros del yagué, la aventura de la familia propia en Jujuy, el exilio en Alemania, el retiro cordobés en Cruz Chica y ahora el retorno a Buenos Aires.
Los otros viajes siguen el derrotero de sus encuentros literarios, las marcas de sus sueños, y su permanencia en la morada sin tiempo del tiempo del arte.
En mayo de 2001 presentó una serie basada en el cuadro “Inocencia” de Franz von Stuck. Un hito que preanunciaba la matriz simbolista de su obra actual. Un año después, la Fundación Federico Klemm decide bajar en ArteBA parte de la nueva serie de “El Cazador” porque Bianchedi no se parece a Bianchedi. Se esperaba que el artista de “La Noche de los Cristales” siguiera teniendo ese estilo reconocible que lo ubica en el capítulo “arte comprometido” del arte argentino (¿Será el enamoramiento que aplaca el talento? Puede ser. O tal vez el clima, claro, esa humedad de Buenos Aires. O tal vez esa frase de Borges, donde dice que la coherencia es la virtud de los idiotas). El dolor y el desconcierto se convirtieron al año siguiente en la Celebración del reencuentro en Sonoridad Amarilla. Mientras tanto, el atentado a las torres gemelas en el hemisferio norte, el 20 de diciembre en el hemisferio sur y la inminencia de la guerra siempre guerra. La violencia llegó para instalarse en este mundo y hay que buscar estrategias de supervivencia. Pareciera que el Arte es una posible estrategia.
El final del proyecto Nautilius con base en La Cumbre (Provincia de Córdoba), fue el detonante para que Bianchedi se encierre un verano en su taller serrano para volver a pensar la compleja relación entre la militancia social y la actividad artística. Así encontró el salvoconducto que le permitió producir la serie de “El caballo de Troya”. La clave fue anclarse en la tradición de la pintura moderna.
Al respecto, el artista dice que: – “En Alemania dibujaba mucho. Cuando volví a Buenos Aires todos estaban pintando como los artistas que durante el exilio yo conocí en Europa. Entonces empecé a pintar como un transvanguardista porque así había que pintar. En la década del ´90 montaba mis obras a la manera de instalaciones. Creía que ese era el modo de ser contemporáneo. Sinceramente, recién ahora hago lo que de verdad deseo hacer. Ese es hoy para mí el verdadero riesgo”.
El 22 de abril de 2002, en la Feria del Libro en Buenos Aires, Bianchedi realizó la performance “Taller nómade”. El crudo contexto de la crisis económica forzaba a muchos argentinos a buscar refugio en el exterior, especialmente en España. El artista se subió al estrado para explicar cómo las circunstancias personales (viajes permanentes entre Córdoba y Buenos Aires y engorrosos trámites para sacar obras al exterior) lo habían llevado a cambiar su modalidad de trabajo. Mostró entonces su taller: los soportes de sus obras (pequeñas tablas de madera de 25 x 17cm.) y una caja-valija de madera de similar medida con los materiales con los que hoy trabaja: lápices de colores, 1 lápiz negro (H6), 6 pastillas y 4 tubos de acuarela Eureka y Venezia, una trincheta, un pedazo de goma de borrar, pegamento en barra, 1 portaplumas, 2 plumas de acero, 5 tubos de témpera, 5 pomos de óelo, 3 pinceles, una regla metálica y papel de fumar El Ombú.
Así surgió la idea del pequeño formato. Y en este otro viaje que hoy presenta en esta muestra, el disparador fue, como siempre, un libro: El poema de Gilgamesh.
Un texto que reúne fe, poesía y filosofía para intentar explicar por primera vez el origen y la creación del mundo. La epopeya mesopotámica, escrita en el siglo III a.d.C, cuenta la historia del rey sumerio de Uruk que hace más de 4mil años buscó la inmortalidad. Como el mundo no existe sin alguien que le otorgue sentido, el héroe mítico percibe que necesita un testigo. Y crea a Enkidu, su doble. La trascendencia es su meta. Y para ello necesita, como todo artista, realizar una cantidad de hazañas para permanecer en la mirada y en el recuerdo de los demás.
Como en todos sus viajes, Bianchedi también crea a su propio doble. En los años 70 era Santiago, después fue Anatol Lotana, Max, el Capitán Nêmo, y Bárbara Sommerfeld. Hoy firma Marcelo Delcampo. Paradójicamente, le rinde un homenaje pictórico al artista que inventó el arte de ideas, y dejó de lado la visualidad de la pintura retiniana.
Con referencia al uso de heterónimos, Bianchedi aclara: – “Todo lo que digo, escribo y pinto es pura invención. No existe Max, no existe el viejo y querido Anatol. Aparecen en el mundo real, pero no existen. No soy transformista, no me escondo ni me disfrazo. Tampoco me encubro. Soy siempre Remo que escribe, pinta y diseña en común acuerdo con el doppelganger (doble) que en ese momento esté dispuesto a trabajar conmigo y en la misma frecuencia”.
Si bien elige todo el repertorio disponible de la pintura moderna para realizar cada una de las escenas, el lenguaje que prevalece es el simbolismo.
La ambigüedad de las musas prerrafaelistas en el rostro de Gilgamesh se mezcla con los fondos ornamentales de la escuela vienesa, alusiones a los relieves ornamentales de la arquitectura de Otto Wagner y los motivos decorativos de Gustav Klimt. En otros casos, como el retrato del joven Enkidu, la decoración de superficies coloreadas está realizada con manchas muy cargadas de materia pictórica. Estas obras se ligan con los postulados teóricos de Maurice Denis, que en 1890 acuñó la célebre frase que innumerables pintores repetirían después: “Un cuadro, antes de representar algo, tiene que ser una superficie plana, cubierta de colores en un orden determinado”. El romanticismo extremo en el “Bosque de los Cedros”, remite a la divina decadencia de los cuadros de Guttero, donde las flores son la correspondencia de un paisaje interior. El pequeño formato de cada tabla resalta aún más el clima intimista de la muestra. Como en todos sus trabajos, el artista anota cada cita y cada referencia de su tarea cotidiana. Capa, el fotógrafo de la guerra civil española, Nan Goldin, las hortensias de Cruz Chica, Agustina y su gato.
Un día de marzo de 2003 Remo Bianchedi buscó un mapa del Antiguo Oriente para conocer el lugar donde aconteció su relato. Buscando Uruk, en las proximidades del golfo pérsico, se detuvo atónito al descubrir que Irak era el lugar donde lo habían llevado sus viajes literarios. Decidió entonces dar por finalizada la serie y así surgieron los últimos cuadros: “Uruk en llamas”, “Gilgamesh y los cuervos sobre la ciudad de Uruk” y “Allahu Akbar”.
La obra entera de un artista constituye un único y largo libro acerca de cómo la vida se convierte en obra y viceversa. Apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, Antonin Artaud declaró: “Nadie ha escrito, pintado, esculpido, modelado, construido o inventado excepto, literalmente, para salir del infierno”.
Decido entonces yo también terminar este prólogo, y dejar de ser un testigo oculista para que ahora ustedes, espectadores, sean los dobles de esta saga mesopotámica.
POR LAURA BATKIS