Texto ploteado en la pared para la exposición de Eduardo Santiere en Galería 11 x 7. Buenos Aires, del 2 de agosto al 13 de septiembre de 2012
Cuando conocí a Eduardo Santiere pensé en aquel piloto inglés que menciona Chesterton en su “Ortodoxia”, que erró levemente su ruta y descubrió Inglaterra convencido de haber descubierto una nueva isla en los mares del Sur. Nuestro artista, como aquel piloto, emprendió su derrotero en 1996 cuando se dio cuenta de que no podía seguir separando el tiempo del arte del de la vida. Durante 10 años asistió a diferentes residencias en Estados Unidos, España, Islandia. Y volvió cuando supo que el arte era su Patria. ¿Qué podría ser más agradable que sentir, simultáneamente y en pocos minutos, todas las fascinadoras angustias del partir, combinadas con toda la seguridad humana de volver a casa?
Su obra tiene la particularidad de ser única. No se la puede colocar dentro de una tendencia o un estilo. Santiere inventó una mitología personal a partir del lápiz y el papel. Experimentando todas las posibilidades de la levedad de ese soporte, comenzó a raspar el papel como hiriendo el soporte (scratching). Un expresionismo controlado que le confiere a sus obras una extraña apariencia de paisaje lunar. En algunos colorea con lápiz esas texturas que a veces parecen constelaciones (serie Starry Nights), en otros casos partituras musicales o “Bio-construcciones”.
Comienza sus obras directamente en el papel, sin bocetos previos. Hay una primer instancia de automatismo en la que el artista va siguiendo el curso natural de su lápiz junto al sonido de la música que lo acompaña de manera constante. Va encontrando ritmos, que se suceden mediante amplios espacios blancos y pequeñas aglomeraciones de escenas que son como micro situaciones. Así va generando un relato abstracto en una grafía plástica que en ocasiones remiten a una caligrafía oriental. Hay una carga emotiva contenida en cada trazo que parecen acompañar una labor que en su hacer se asemeja a la acción detenida de una meditación. Eduardo me dice que cuando trabaja en su obra es feliz. Entonces me lo imagino en su taller atravesando esos viajes atemporales en los que de pronto el afuera desaparece, entonces arte y vida se fusionan en un momento perfecto.
POR LAURA BATKIS