Prólogo de la exposición de Mariana López en la Galería de arte Cecilia Caballero. Buenos Aires, 2001
La frialdad quirúrgica de sus pinturas no se parece en nada a la candidez de su mirada. “Todo empezó cuando me gané una beca para estudiantes destacados del colegio secundario”, me dice. Me imagino entonces al jurado observando la madurez imposible de esta adolescente. La observo, sentada en una banqueta de su taller, imbuída por ese clima casi mágico que se vive en la casona del barrio de Once donde los alumnos de Sergio Bazán combaten la inercia del letargo cotidiano inventando cuadros, historias y proyectos.
Hoy hay paro general pero aquí no se siente nada, no se escucha nada, solamente las palabras precisas de Mariana López contándome cómo surgieron estos cuadros que hoy presenta en esta exposición. Alguaciles, cascarudos, mariposas y todo tipo de insectos pueblan sus imágenes, dibujadas con la exactitud científica de un manual de biología. En otro cuadro, una lengua con todas sus nervaduras se destaca sobre un fondo oscuro. El esqueleto de un brazo se ve ornamentado por los sistemas internos del aparato digestivo y circulatorio. Lo que podría ser una enciclopedia del horror, Mariana lo transforma en una fantasía casi pop, como una marca publicitaria de una silla de ruedas con micrófonos, o la propaganda de una moto atravesada por la sensualidad de la piel de un reptil. En su obra, la figuración es un anclaje a partir del cual la artista pone en escena la absurda relación entre un tablero automovilístico y la espina de un pez, atravesado por una porción de carne cruda. Me recuerda la belleza extraña y maravillosa que anunciaba el Conde de Lautreamont, cuando celebraba el encuentro fortuito entre “una máquina de escribir y un paraguas sobre una mesa de disección”. Pero en sus trabajos, la fantasía onírica es suplantada por la realidad de un país en el que ella está retratando, sin siquiera saberlo –supongo- la violencia atroz de la supervivencia urbana. Otra vez la carne roja, ensangrentada, rodeada de revólveres y balas, con un recorrido que parece marcar el lugar del crimen. La imagen es plana, el color liso, estridente y sensual. Esta distancia entre la connotación de sus imágenes y la manera de representarlas le permite bajar el tono del discurso. La violencia calla, es silenciada por el tono exuberante y festivo de sus colores brillantes.
La saludo y me voy. La dejo ensimismada en su mundo de fusiles y botellas de Coca Cola.Afuera llueve, continúa el paro, la radio anuncia los cortes de ruta y Mariana sigue relatando con una belleza inaugural la divina decadencia de un país devastado.
POR LAURA BATKIS