Nº17. Julio – Septiembre de 1995.
La recientemente inaugurada galería Mun, abre la temporada de 1995 con una exposición individual de Graciela Hasper. Estratégicamente ubicada en el Bajo Retiro -lugar donde históricamente se han establecido las galerías de arte-, Pipele Salonia y Manu Froidevaux se proponen llevar a cabo la dirección del recinto como un espacio alternativo para difundir a los artistas de los años noventa. Esta es la primera de las ocho muestras de jóvenes pintores planificadas para el presente año.
Hasper (1966) plantea sutilmente ciertos aspectos actuales sobre la temática del género en el arte. Con la pincelada precisa, que adiestró durante su paso por el taller de Antorchas –dirigido por Guillermo Kuitca entre 1991 y 1993–, Hasper incorpora detalles que aluden al estereotipo de lo que culturalmente se vincula con el mundo de lo femenino. Sin excesos ni dramatismos, su pintura se inscribe dentro de los lineamientos generales de la nueva geometría. Cuadrados, círculos, óvalos y rombos, se alternan en una serie de obras planas, con una asepsia inquietante que solamente se quiebra por el uso estridente de una paleta saturada y vibrante. La rareza de la imagen se agudiza en la combinación compleja que Hasper realiza con los colores. Puros y pasteles agrupados deliberadamente, como en un kit de maquillaje que enmascara el travestismo de la condición femenina. Entre la obsesión y la indiferencia, su pintura reflexiona sobre las situaciones psicológicas ligadas a la constitución de la subjetividad femenina y a la organización de los rituales domésticos frente al espejo del tocador. Con una mirada que traduce un dejo de ironía, Hasper alude a las costumbres casi maníacas de la hembra occidental, con su gusto por la ornamentación pretenciosa que enmascara, detrás de esa figura pública muy estetizada, una queja que oculta una profunda tristeza. Al igual que en otros artistas de su generación, tales como Siquier o Guagnini, hay una absoluta simpleza de medios que se concentra en los detalles decorativos de la imagen.
Las representaciones se reiteran en una serie de alusiones a una iconografía personal de la artista. El recuerdo de la decoración y de la moda de los años setenta de su adolescencia, las chinelas japonesas compradas en un bazar de barrio, y las formas ovoides de las píldoras que la artista rememora del universo farmacéutico de su padre médico.
Entre el rigor y la desmesura, Graciela Hasper marca otra perspectiva posible en el enfoque de la cuestión de la categoría del género en el arte contemporáneo, planteando la posibilidad de apropiarse con humor de los rasgos que conforman su manera personal de concebir lo femenino.
POR LAURA BATKIS