El cazador – Remo Bianchedi

Prólogo sobre Remo Bianchedi de la exposición colectiva “Celebración” (Remo Bianchedi, Osvaldo Monzo, Alfredo Prior y Pablo Suárez) en Galería Sonoridad Amarilla. Buenos Aires, 2 de noviembre de 2002

Repeticiones sobre un mismo tema. Un niño sentado mirando de frente, dibujado con absoluta precisión. En cada una de las tablas, el mismo personaje se repite ubicado en otra escena.  Tablas, no sólo por la madera del soporte, sino porque remiten por sus dimensiones (25 x 17 cm. cada una) a las partes de un retablo medieval. 

Pequeños mundos que marcan el tiempo de los 12 años transcurridos en La Cumbre. 

Cuando Bianchedi regresó a la Argentina de aquel largo viaje en 1983, se trajo desde Alemania la foto de un niño alemán comprada en un anticuario de Kassel, un par de libros, sus pipas y amuletos de Yarinacocha, y la esperanza del retorno anhelado. Llegó y demoró un año pintando el primer cuadro, copiando la foto de ese niño. Y lo llamó el Cazador. Entonces la foto dejó de ser una imagen y se convirtió en un fetiche, un objeto venerado que marcaba el fin y el inicio, una especie de salvoconducto que, desde entonces, marcaría su doble destino de argentino y de exiliado. 

Como en el cuento de Salinger, el cazador está oculto porque Remo se acostumbró a vivir como un clandestino. Fue Santiago durante la época de la militancia en la Juventud Peronista, fue Anatol Lotana con quien mantenía una agencia de diseño y comunicación visual. También es Max, que nació en La Cumbre junto con la bestia, es el Capitán Nemo que navega en la Nautilius, Bárbara Sommerfeld- la artista olvidada de la Bauhaus –  y Marcelo Del Campo. 

Y en cada cuadro, un homenaje: una fiesta pequeña para Marcelo Pombo, flores en una también pequeña habitación porque vos también sabés que cuando escribo pienso en vos. La referencia a Carmelo Arden Quin en “Mi pequeño mundo Madí”, Mondrian, Paolo Uccello, Duccio, y la casa roja, con piedras violetas y amarillas de su casa en las sierras de Cruz Chica. 

Como en todos sus trabajos, la palabra acompaña a la imagen y la completa. Referencias autobiográficas, pensamientos, y los viajes paralelos por sus mundos literarios, como Kafka y Feyerabend. Y en este otro retorno, el cazador vuelve a ser su fetiche, la imagen elegida, como una invocación que lo ayuda a dar otro giro. En esta serie recortó frases en alemán, del manual de lectura con el que aprendió el lenguaje del destierro. Las palabras se recortan por encima de los cazadores, los envuelven, y cifran la clave de otro mensaje también clandestino para el espectador, aunque visibles en la memoria privada del artista. 

“Nunca me interesé por la veracidad de los recuerdos -dice Bianchedi-, más bien por el fulgor con que resplandecen.” 

POR LAURA BATKIS