De compras por Nueva York – Remate de arte latino en Sotheby’s y Christie’s

Buenos Aires, 10 de Junio de 1999. Año 2 – N° 101.

Durante dos días la Gran Manzana fue sede del principal remate anual de arte latinoamericano. Cómo es el ambiente donde los coleccionistas apuestan sus billetes.

En el mes de junio los coleccionistas de arte latinoamericano de todo el mundo se preparan para una cita obligada: asistir a los remates de Christie’s y Sotheby’s en Nueva York. Un mes antes, los potenciales compradores tienen en sus manos un catálogo perfectamente editado, donde están los 300 lotes ofrecidos, con una foto color de la obra, información de la misma y el precio estimado de base. Una publicación adjunta subraya los llamados highlights de la subasta: las obras más interesantes que marcan la atracción del evento. A fines de mayo se organizan los cocktails y el preview, donde se exhiben al público todos los cuadros y esculturas que serán ofertados. Las subastas se realizan durante dos días consecutivos: este año, la fiesta del mercado latino empezó el 2 de junio a las 19 en Christie’s y terminó a las 10 de la mañana del 4 de junio en Sotheby’s. 

Rockefeller, Nueva York. La calle de entrada está cubierta por una fila de limusinas negras, con custodias y choferes de riguroso traje negro y guantes blancos. El espacio del remate es similar a un teatro, con sillas de terciopelo ocupadas por unas mil personas. También hay gente parada, fotógrafos, cámaras de televisión y periodistas. Se empieza a sentir ese clima de ansiedad contenida, una excitación parecida a la que se huele en una carrera de caballos, o en un casino. Una subasta internacional de arte es como una timba con glamour, porque lo que se pone en juego es un cuadro, algo que supuestamente está asociado con la cultura, el buen vivir, la calidad y también el esnobismo.

Como la Bolsa. Al frente, y sobre una tarima, el martillero es la primera figura del gran show, un director de orquesta. A su lado, tres personas anotan los resultados y otro personaje fundamental, ubicado por encima de estos cuatro, observa atentamente al público para reclutar compradores indecisos. Un panel giratorio va mostrando las obras en vivo, que son proyectadas simultáneamente en una enorme pantalla. El ritmo febril de los valores se puede seguir en un panel electrónico que marca el número de lote, su base, y el precio en dólares con su respectiva conversión en distintas monedas, incluso el peso argentino. 

Bordeando la tarima del escenario existe un sector reservado para los treinta operadores telefónicos, que son los intermediarios de los compradores que prefieren el anonimato y realizan sus compras gracias a la línea. Los compradores directos se identifican porque tienen en sus manos una base de madera similar a una paleta de ping pong diferenciada con un número, que se levanta en el momento clave de la oferta. La escenografía se completa con seis altos palcos de vidrio con cortinas, donde están los enigmáticos compradores que prefieren mantener la sugestiva altura del bajo perfil, jugando en directo a través del teléfono. 

La función comienza puntualmente. El rematador da una brevísima descripción del lote e inmediatamente pasa a tomar las ofertas. Registra con mucho cuidado cada mínimo movimiento del público y de los intermediarios telefónicos. Los precios suben a una velocidad acelerada, mientras se escuchan los ruidos del panel electrónico, suspiros, pasos de gente que entra y sale continuamente del local. Es difícil seguir los pasos del martillero. Después de cuatro sesiones de continuos remates nunca se puede entender cómo hace para avistar la presa siguiendo la cacería de tantos frentes. 

El financista y coleccionista Eduardo Costantini estaba entre los argentinos presentes. Se llevó una pieza de arte precolombino que había sido subastada la semana anterior a 200 mil dólares, y un favorito del remate: el Chelsea Hotel de Antonio Berni, una mujer desnuda con medias y ligas negras pintada en el estilo pop que el maestro rosarino usó en la década del 70. El martillo bajó a los 460 mil dólares y la sala se inundó de aplausos. “Viajé especialmente para adquirir este cuadro, además de un óleo de Botero a través de un galerista”, dijo Costantini a esta revista. El empresario también peleó por una escultura de la brasileña Maria Martins pero la dejó pasar cuando su contrincante superó los 200 mil dólares. 

La Niña con rebozo del mexicano Diego Rivera también fue una venta muy disputada, y la obra, tapa del catálogo de Sotheby’s, fue a parar al acervo de un anónimo coleccionista telefónico por casi un millón de dólares. Con un coleccionismo profesional y una política cultural eficiente, Brasil es hoy el país fuerte en el mercado de arte latinoamericano. 

Argentinos en NY. Había más argentinos, galeristas. Ruth Benzacar, representante de Berni, recibía felicitaciones por la venta de Chelsea Hotel. Enrique Scheinson, director de Vermeer, siguió completando su trastienda: hizo un excelente negocio con la compra de tres obras de Alberto Greco (10 mil dólares) y un cuadro de Macció (17 mil dólares). Jean Skidmore, de Praxis, vino a supervisar la sucursal neoyorquina de su galería y regresará satisfecha por las ventas del uruguayo Iturria, artista que ella representa.

Sotheby’s y Christie’s no fueron las únicas sedes neoyorquinas de arte argentino. En Queens, una exhibición de arte conceptual internacional incluye a Yoko Ono, Joseph Kosuth y trabajos de argentinos: Bony, Jacoby, Ferrari, Carreira, Porter y Lamelas. En Sperone Westwater, Kuitca exhibe su serie de la Neufert Suite. La revista New York Contemporary Art Report ilustra su tapa con un cuadro del argentino Manuel Esnoz. En un artículo consagra su muestra en la galería Kravets Wehby como la mejor del mes: “Este pintor de 25 años, con sus figuras eróticas entre abstractas y figurativas, promete ser el latinoamericano más importante de los próximos años”.

Produce felicidad notar la presencia del arte nacional en el exterior. Pero el consulado argentino de esta ciudad, que desde hace dos años organiza muestras de arte, tiene su sala vacía. Informan que desde enero se le redujo el presupuesto a Cultura por la campaña presidencial: no hay muestras de arte. Es una rara sensación confirmar una vez más que nada ha cambiado: más allá de Berni, Argentina es un país donde la política cultural es un rubro inexistente. 

POR LAURA BATKIS