Prólogo de la muestra “Crónicas y ficciones sobre algunos planos faltantes de la historia de la arquitectura argentina, recientemente hallados en Ceppaloni por el arquitecto Clorindo Testa” de Clorindo Testa en el Cabildo de la ciudad de Córdoba, Argentina. 30 de Septiembre al 26 de Octubre de 2003.
La exposición de Clorindo Testa en el Cabildo de Córdoba nos enfrenta con la cuestión de la verosimilitud histórica de las fuentes iconográficas y documentales.
¿Quién escribe la historia? ¿Cómo reconocemos la auténtica autoría de construcciones que han sido recicladas a través del tiempo, y de las cuales, en muchos casos, hay muy pocos datos?
La instalación en el Cabildo de Córdoba del arquitecto pintor es una intervención artística en un edificio ubicado en la Manzana Jesuítica, uno de los centros más importantes de la arquitectura colonial en la Argentina.
Por un error de juicio histórico que se repite constantemente, es habitual pasar por alto la mayor importancia que tuvo Córdoba con respecto a Buenos Aires. Dada su posición geográfica, la “Docta” fue desde su fundación el paso obligado de los caminos hacia el Alto Perú y hacia los puertos. La conquista española en el territorio argentino se produjo con la creación de poblaciones que surgieron por la penetración de rutas que bajaban de norte a sur. A esto hay que sumarle la instalación de los Jesuitas en 1585, que consideraron a Córdoba la zona más apropiada para sentar allí su base de operaciones.
Ya en otras ocasiones Testa trabajó con fuentes iconográficas, históricas y literarias para construir un relato ficcional asentado sobre hipotéticas versiones de la historia Argentina. La manipulación de las fuentes históricas es fundamental en la conformación de su discurso, con estrategias que implican citas, apropiaciones, invenciones y cambios del dato original para resignificar la historia con un contenido nuevo. Esta manera que tiene Testa de interpretar la realidad y los hechos comienza siempre a partir del emplazamiento en el cual va a exhibir su obra. Solicita el plano, y entonces comienza a pensar. Ese lugar que ocupa el pensamiento ya es parte de los cimientos de la posterior ejecución de su obra. Así procedió con esta instalación que hoy muestra en Córdoba, y así también fue la manera operativa en otras obras que presentó en Buenos Aires y que se describen a continuación.
La fiebre amarilla, es una instalación que exhibió en 1992 en el Centro Cultural Recoleta. Como se dijo anteriormente, el disparador es el lugar arquitectónico. Un ex Convento de frailes recoletos que fue reciclado y convertido en centro de exposiciones por el propio Clorindo Testa 10 años antes (1982), junto a Luis F. Benedit y Jacques Bedel. Lugar que a su vez fue usado como hospital para ubicar las camas de las víctimas de la fiebre amarilla en el siglo pasado con la irrupción de la epidemia de 1871. El relato del artista es representado con unas camillas de madera rústica, pintadas a la cal, con papeles blancos arrugados y doblados que evocan los enfermos envueltos en sábanas. Y la muerte acechando, en un cuadro con la figura de un personaje similar a Caperucita Roja, con la cabeza encapuchada, observando la escena por una ventana. Se trata de la otra peste, (La peste en Ceppaloni, 1978) aquella que “vestida de otra manera”- tal como dice el autor, pasó en el siglo XVII por el sur de Italia, lugar de origen del artista. ¿Qué registros quedaron sobre la fiebre amarilla en el Río de la Plata? Unos bocetos realizados en tinta sobre papel y colgados al lado de las camillas, nos darían una pista que implicaría la posibilidad de que hubiera un documento iconográfico que se sumaría al cuadro pintado por Juan Manuel Blanes en 1871 (La fiebre amarilla en Buenos Aires). Ya en 1977 Testa dibujó La Peste en la Ciudad, remitiéndose a otra epidemia que también pasó por Buenos Aires, obra con la cual obtuvo el Gran Premio Itamaraty en la Bienal de San Pablo por el envío colectivo del Grupo de los Trece (Grupo Cayc). En aquella ocasión, la muerte también se “vistió de otra manera” disfrazada de rata.
En el ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) de Buenos Aires, centro cultural también realizado por el arquitecto artista, Testa encontró la curiosa edición facsimilar de Inventario de Trujillo en el siglo XVIII. Son nueve tomos que constan de 1441 dibujos y acuarelas, mandados a realizar por Martínez Compañón, el Obispo de esa jurisdicción de Perú. Son escenas de la flora y la fauna, retratos de reyes de España y vestimentas correspondientes a distintas ocupaciones. Un documento fundamental por la información que brinda sobre la época. ¿Habrá llegado completo? ¿Quiénes son los autores de estas acuarelas anónimas? En la instalación del ICI Testa presenta las “láminas faltantes”, continuando tres siglos después el relato del Obispo. Una lámina dibujada sobre el catálogo institucional del centro español en Buenos Aires, es el plano del cerro mineral de Gualcayoc con sus galerías internas usadas para el trabajo de los indígenas en las minas de plata. El Obispo dentro de su confesionario asiste a una escena, otra “lámina faltante” que no pudo inventariar: su propio funeral. Se repite la figura del obispo yacente sobre un tablón de madera rodeado por siluetas de monjas realizadas en papel, apoyadas sobre sillas que ofician de reclinatorio, completando el conjunto del velatorio.
A veces los hechos históricos no suceden, pero se piensan, como La Explosión de la Casa de la Moneda de Potosí (1991), que tal vez ordenó ejecutar Belgrano cuando abandona la ciudad en 1813. En Testa, la imaginación es fuente y origen de producción del hecho artístico. Y del no artístico también, por supuesto. Si la hipótesis de Belgrano se verificara (la orden que no se llegó a cumplir) entonces el hecho efectivamente existió como una fantasía que es recreada por el artista. Fantasía de explosión que un año después de realizado el cuadro sobre Potosí, se verificó pero ya no como ficción, con La explosión de la Embajada en 1992. Al ubicar las dos obras juntas en su retrospectiva realizada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en 1994, la gesta de Potosí adquiere nuevas interpretaciones.
Mezclando autobiografía con historiografía, en el Apuntalamiento que presenta en 1994 en el Museo Nacional de Bellas Artes, coloca la fotocopia del catálogo de la misma obra realizada en el mismo museo en 1968. Con ese tono medido, casi descriptivo de Testa, el artista señala que reitera la obra porque hay un modelo cultural que es frágil. Y agrega el siguiente texto: Un nuevo apuntalamiento para el mismo Museo Nacional de Bellas Artes.
Los grandes artistas y pensadores como Testa, producen en el espectador esa alegría de encontrar en su obra una modalidad propia, la creación de un estilo en el cual uno, al aproximarse a sus trabajos, encuentra la patria y la familiaridad de alguien cuyas obras nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas.
La muestra de Testa en el Cabildo de Córdoba reitera, pero de otra manera, ese modo que identifica al artista. La aparente solemnidad mezclada con el humor dan un resultado en el cual el goce se identifica con el deleite intelectual que aparece de pronto, al encontrar esa clave, ese momento perfecto en el cual se disparó el “mecanismo Testa”. Y entonces uno puede intentar caminar por las mismas huellas que recorrió el artista.
El disparador de esta muestra fue la misma ciudad de Córdoba, por la importancia del patrimonio cultural de esta ciudad. Y como siempre, el plano y la historia del Cabildo. Este edificio fue municipio en el siglo XVI, dado que los cabildos fueron los continuadores en América del espíritu de los fueros castellanos, donde la ciudad celaba por sus propios derechos. Allí estaban las celdas de prisioneros encontradas en las recientes tareas de restauración. Posteriormente fue asentamiento de la policía provincial en el siglo XX y centro clandestino de detención en los años ’70. Actualmente es sede de la Municipalidad de Córdoba y Centro Cultural. En este contexto, Testa interviene las cuatro salas de la planta alta.
Salvo muy vagas descripciones, casi no existen documentos que registren la historia del arte argentino en el siglo XVI, y la reconstrucción de la arquitectura de la centuria siguiente también está plagada de dudas, anécdotas y más inventarios debido a la ferviente actividad misionera que impulsó la construcción de establecimientos educacionales (Noviciado, Iglesias, Universidades) y los asentamientos rurales conocidos como las Estancias Jesuíticas. Después de la expulsión de la orden en 1767, aparecen los dibujos de Juan Kronfuss en el siglo XVIII y una bibliografía más amplia que intenta, ya en el siglo XX, reconstruir la memoria arquitectónica de la zona (Buschiazzo, Sobrón, Furlong y Ortiz entre otros).
Aunque falten documentos, los monumentos arquitectónicos mismos delatan la convivencia estilística de los aportes altoperuanos, con la influencia lusobrasileña que subía desde el Atlántico y la influencia de arquitectos europeos como el belga Felipe Lemaire, que había trabajado en astilleros y construyó la bóveda de madera de la Iglesia de la Compañía de Jesús. En las Cartas Anuas quedó registrado que “Lemaire sacó la forma de la estructura de madera de un libro impreso entre los galos”. ¿De qué libro se trata? No sabemos con precisión casi nada, salvo atribuciones y testimonios aislados. También el aporte de arquitectos italianos como Brassanelli, Prímoli y Andrea Bianchi fue fundamental, junto a la mano de obra indígena, conformando el barroco hispano tan característico de la región.
¿Dónde están los datos y los proyectos? Solamente en la Catedral cordobesa, se juntan los nombres de Greogorio Bazán de Pedraza, Andrés Jiménez de Lorca, Pedro Torres, José González Merguete, Domingo de Villamonte, fray Vicente Muñoz, José Rodríguez, y Andrea Bianchi entre muchos otros.
Testa inventa una historia ficcional de los “otros proyectos” que pudieron haber intervenido en la construcción de la arquitectura colonial, pero que por incidentes que desconocemos, no han llegado a nuestras manos. Se dice que no fue fácil conseguir la intervención de Bianchi en Córdoba por la enorme cantidad de proyectos en los que trabajaba, y nadie quería prescindir de sus servicios. En los documentos de la época se destaca a este arquitecto a quien se le atribuye el pórtico de la Catedral de Córdoba, la fachada de la Capilla de Ischilín, y en Buenos Aires, el Cabildo, las iglesias del Pilar, la de San Telmo y el Convento de Santa Catalina. El arquitecto italiano por formación (había nacido en el Cantón Suizo) era el más reputado entre sus pares. Había estudiado en Roma entre los discípulos de los discípulos de Bernini, admirador de Borromini y de Serlio fue, según la historiografía de la época, “el más grande arquitecto que trabajó en la Argentina antes de 1810” y el más “italiano”. O sea, el más premiado, consagrado y legitimado. ¿Por quién? Desconocemos a sus competidores y dónde están los proyectos “no ganadores”.
Testa reescribe la historia de la arquitectura a partir de la aparición de otro arquitecto: Don Francesco, el principal competidor de Bianchi. Con un pincel largo, como el que usan los escenógrafos del Teatro Colón, Testa realiza los planos y las fachadas de Córdoba y otras regiones pero 3 siglos después. Pinta parado, con el papel en el suelo, inventando la ficción de aquel otro artista cuyos bocetos hoy son encontrados. En uno se lee “1775. Yo, Don Francesco, archipestre de la tierra de Ceppaloni propuse esta capilla para la tierra de 9 de julio que a lo mejor no estando Giovanni Bianchi se construye”.
Bajo la piel de Don Francesco, Testa dibuja también la fachada de Ischilín, donde se lee “Don Francesco de la tierra de Ceppaloni en las Dos Sicilias vine a la ciudad de Córdoba y aquí viví y propuse este dibujo para la Capilla de Ischilín pero se eligió el dibujo de Giovanni Andrea Bianchi que la hizo. Este es mi dibujo que me parece mejor”.
Los dibujos están pegados en los muros del Cabildo y en algunos casos caen como rollos deslizándose por el suelo. La instalación se completa con una serie de tablones apoyados en caballetes con papeles arrugados como los bollos que se tiran cada vez que un arquitecto se presenta a un concurso, con todos los posibles bocetos de Don Francesco y de tantos otros que nunca se usaron.
Por cada solución que se toma, hay cientos de posibilidades que se desechan. Testa usa esas otras opciones que generan la ambigüedad, la duda, y el desvío o falseamiento del dato real (la existencia de la capilla de Ischilín, o de la Catedral de Córdoba, entre otras). El desvío del dato original produce estas ficciones: las láminas faltantes, los proyectos descartados, los bocetos desechados, las ideas residuales y los artistas del margen, esos que no fueron premiados.
De este modo Clorindo Testa le rinde un homenaje a todos los artistas que, aunque no figuren, tal vez formaron parte de la historia de la arquitectura de América.
POR LAURA BATKIS