Buenos Aires, Noviembre de 2006. Nº 32.
Ya se habla de un “estilo Eloísa” y de un “arte cartonero”. Laura Batkis entrevistó a Javier Barilaro, uno de los artistas mentores del proyecto, quien cuenta todos los detalles, la historia y el panorama actual.
Eloísa Cartonera intenta modificar lo social desde la praxis artística. Hacen libros artesanalmente, en un local de la calle Guardia Vieja 4237. Jamás imaginaron lo que les está pasando: las universidades norteamericanas compran sus libros y los curadores internacionales vienen a verlos a Buenos Aires. Los seleccionaron para participar en la Bienal Internacional de Arte de San Pablo, que se inauguró el 7 de octubre, y acaban de elegir la tapa de uno de sus libros para ilustrar el catálogo. Y la estrella del arte de hoy, el suizo Thomas Hirschhorn, agita con entusiasmo este emprendimiento.
¿Qué es Eloísa Cartonera?
Un grupo de artistas, escritores y cartoneros que hacemos libros con cartón que compramos a cartoneros y le damos trabajo a otros chicos que son ex-cartoneros porque ahora trabajan haciendo los libros. La tapa es de cartón corrugado. Compramos el cartón lo cortamos a medida y con un sténcil pintamos con colores la tapa, el título y el nombre del autor. Usamos textos de autores inéditos o desconocidos, que están afuera del circuito comercial.
¿Quiénes integran Eloísa Cartonera?
Washington Cucurto, que es escritor, Maria Gómez, estudiante de comunicación social que un día vino a hacer un trabajo de la facultad, se copó y se quedó trabajando. Otros escritores como Cristian de Napoli, Ricardo Piña y Julián González, y los ex cartoneros Celeste y Daniel Portillo (son hermanos), una prima de ellos llamada Carolina, Matías y yo. Ellos se dedican específicamente a pintar.
También está Ramona Leiva, una artista que estaba en el taller La Estampa y después vino con nosotros, está armando la idea de hacer ropa.
¿Cuándo surgió todo esto?
En marzo del 2003. Cucurto y yo veníamos haciendo libros con una editorial independiente, como hay miles en la ciudad. Nos parecía que el libro era una excusa para hacer algo más. Se nos ocurrió hacerlos con cartón para meter a cartoneros y darles un laburo, como tirarles una onda hacia la creatividad. Usar el arte como liberador y como estímulo de creatividad y desarrollo personal. Ahora estamos queriendo tener un terreno en Berazategui, con una casa.
¿Cómo se financian?
De la venta de libros. Tenemos el local gracias a un dinero que puso Fernanda Laguna, la imprenta la donó La embajada de Suiza, y la embajada de Brasil nos donó seis títulos de autores brasileros y nos cedieron la compra de papel para hacer esos libros. También nos dio plata la embajada de España. Todos los tratos son de palabra porque nosotros no estamos instituidos legalmente
¿Cómo fue que convencieron a los cartoneros?
Les ofrecimos un trabajo. A los que les compramos cartón les ofrecemos $1,50 el kilo que es bastante más de lo que les pagan a ellos, $ 0,40.- $0,60. A los que trabajan con nosotros, les pagamos diez pesos la hora, aunque empezamos pagando con tres. Tenemos la suerte de que vendemos libros en Europa y Estados Unidos, a cinco dólares y eso nos permite poder pagar un poco más a los pibes que trabajan.
¿Y donde venden los libros?
A librerías, que los compran a cuatro pesos. Acá en el local le vendemos al público a cinco.
¿Cómo llegaron al exterior?
Por notas. Somos bastantes conocidos en Latinoamérica y en Europa. A través de curadores también. Vino un periodista yanqui y me contó que hicieron una muestra de nuestros libros en la universidad de Arizona y yo tampoco sabía.
¿Cómo se manejan con los derechos de autor?
Nosotros le pedimos la autorización a los escritores. También hemos pirateado algunos libros.
¿No temés tener juicios?
No, no creo que lo hagan. Te hacen juicio cuando tenés plata, es más caro hacer el juicio de lo que nos pueden sacar.
¿De quienes piratearon?
Pirateamos La guerra de las mariquitas de Copi, y Evita vive de Perlongher. Ahora vamos a hacer algunos cuentos de Rodolfo Walsh y la Carta abierta a la dictadura.
Pirateado también
Sí.
O sea, no hablas ni con la familia ni nada
No.
¿Cuál es la parte de artes plásticas de este proyecto?
Cada libro es único, entonces cada libro es un objeto artístico. Y si eso puede incluir a personas que están fuera del arte y puedo aportar algo a la escultura social me parece doble gratificación. De hecho, mi obra plástica está influida por el trabajo que hago en Eloísa Cartonera: al trabajar con gente de bajos recursos puedo ver sus necesidades y sus mundos, sus imaginarios y tratar de hacer algo con eso y que les sirva también a ellos.
¿Y a ellos sentís que les está sirviendo?
Eso es bastante difícil de saber. Siempre me pregunto si al final yo no lo hago para mí.
¿Por tu propia compasión digamos?
Claro, yo me doy cuenta de todo lo que aprendo y veo como que ellos no tienen toda la conciencia que tengo yo de lo que hacemos. Supongo que sirve porque les pagamos, compramos el cartón y les damos trabajo. Los únicos que cobran son los de más bajos recursos; nosotros decimos que en este proyecto gana plata el que más lo necesita. Porque yo puedo tener plata de otros lados, con la comercialización de mi obra en Belleza y Felicidad.
Vendiendo tu obra le podés dedicar tiempo a este proyecto.
Sí, es como una manera de devolver, y una ejercitación para diluir el ego artístico, algo que para mi no es algo muy sano. Me uno por mis inquietudes de contribuir al modelado de la escultura social, eso me parece artístico. Cucurto y yo estamos ahí todo el tiempo, quemándoles la cabeza para que entiendan lo que hacemos. El arte le puede aportar a alguien que está totalmente marginado la posibilidad de entender cómo son las cosas. Nos les digo qué hacer, los estimulo para que ellos aporten lo suyo, piensen y reflexionen. Siempre les decimos que este trabajo en realidad lo hacemos para que aprendan y puedan darse cuenta de cómo son las cosas y que se lo tienen que adueñar. No somos sus jefes, sino que aportamos nuestras ideas para que ellos se desarrollen en relación a la creatividad, para entender un poco que se puede modificar el mundo con una actividad que redunde en un beneficio para todos.
¿Firman las tapas?
No, en este proyecto tratamos de cuestionar un montón de cosas, entre ellas la autoría. La idea es que esto lo hacemos entre todos. Como yo tengo ciertos conocimientos y ganas, aporto esta idea, pero el proyecto lo hacemos todos.
Acá yo hago el diseño de interiores, saco un original y después lo fotocopiamos. Ahora tenemos la imprenta y entonces hacemos unos cuantos, en imprenta, el resto lo hacemos nosotros. Imprimimos, cortamos, abrochamos.
¿Cuántos libros publican por mes?
No sé exactamente, tenemos casi noventa títulos publicados. De los treinta que hacemos por imprenta, sacamos trescientos ejemplares. Del primero de Aira hicimos más de mil.
¿A los chicos que pintan, los capacitás vos?
Lo que yo hice fue desarrollar un esquema donde hubiera límites que permitieran libertad. Hacemos un sténcil, o sea un molde, se dibujan las letras, se cortan, y después cada uno pinta como quiere. Trato de que de a poco ellos vayan haciendo los moldes. Como cada cual lo pinta como quiere, no se repiten. Además, el cartón ya viene con algo impreso. Mi capacitación es la no capacitación. Es no decirles nada y después charlar sobre cuál es mas lindo y cuál es feo. Se ha ido generando el “estilo Eloísa Cartonera”, que es usar letras, con primacía del color excesivo. Eso lo tomo en mi obra.
¿El color es más popular que lo neutro?
Sí. Entre tantas cosas que aprendí en este proyecto es que el gusto tiene clase social. No hay un gusto universal. Duchamp decía que el gusto es una costumbre. Hay preconceptos. Por ejemplo, que el color exacerbado es grasa, la clase alta prefiere los matices más sutiles, los marrones. A la gente de clase alta y a los artistas más sofisticados les gusta que el cartón se vea que es de cartón marrón sin color, viste lo llenan de colores.
Al mundo del arte le gusta que sea cartón intervenido, la clase media prefiere decir cartón reciclado, porque es como más de hippie artesanal.
Son parte del envío oficial a la Bienal de San Pablo
Cuando nos invitaron yo me pregunté que hacemos nosotros en una Bienal. No es solo hacer libros, lo que hacemos es arte porque la acción modifica lo social, y la escultura social hoy es una disciplina del arte. El hecho artístico en Eloísa Cartonera es la red que se forma entre escritores artistas y cartoneros produciendo en la sociedad. El resultado libro es el objeto, pero el hecho artístico está en el proceso artístico y eso los curadores lo entienden. Por eso nos llaman.
Tus postulados se parecen a los de Joseph Beuys.
Yo lo leí, lo admiro todo
¿Cuál fue el envío a la Bienal?
No me alcanzaba con mostrar el resultado y hacer una exposición de libritos.
Quiero mostrar la integración de una persona en tiempo presente. La integración se hace si estamos con los cartoneros ahí. Cuando cerramos la persiana se van a su casa y siguen siendo cartoneros, excluidos de un sistema.
Entonces lo que yo les propuse a los curadores de la Bienal es reproducir el proyecto en San Pablo, trabajando con cartoneros paulistas y que esto sea puntapié inicial para que después que el proyecto continúe autónomamente en San Pablo. Nuestro proyecto ya está reproducido en Lima, se llama “Sarita Cartonera de Perú” y en el alto suburbio de La Paz en Bolivia se llama “Yerba Mala Cartonera”.
Entonces esos tres meses de la Bienal van a estar ahí trabajando
Claro, estamos ahí. Siempre va a haber uno o dos de nosotros, más los paulistas, como para estar apoyando. Vamos a tratar de generar cosas como hicimos acá cuando estuvimos en ArteBa, que vino una banda de cumbia a tocar.
Tenemos grandes ambiciones no sé que va a pasar. Es un proyecto algo utópico, con algo de compasión cristiana, y de laboratorio social.
Es un proyecto es de fe.
Pienso en cuál puede ser la lectura de esto. Me acuerdo de Oscar Bony y La Familia Obrera en el Di Tella, en la muestra de 1968: obreros sobre una tarima mientras la gente los miraba leyendo el cartel que indicaba el precio pagado por estar allí.
Nosotros siempre nos preguntamos todo, yo vivo en permanente conflicto: me cuestiono si tenemos que estar siempre trabajando ahí y que nos vean todos los conchetos, o si somos un zoológico. Esto se nos va de las manos y a su vez tenemos que vender y tiene que continuar, no podemos tampoco ponernos en estrechos ideológicamente y que se termine todo. Podríamos ser una ONG y tratar de entrar a los congresos, porque hay toda una industria de la empresa social, están ahí haciendo lobby y hay plata para eso. Podríamos estar ahí pero nosotros no queremos eso. El que quiere acercarse a ayudar, que lo haga espontáneamente. Todo seguirá siendo artesanal. Sin celular ni nada de tecnología.
Y estás, sin embargo tan conectado, que los llaman de todo el mundo.
Es que es mentira la hiper comunicatividad que se vende hoy.
Duchamp decía que se pinta (o se hace arte) para ser libre..
Sí. La libertad es algo bastante interior, vos podes ser libre en muchos esquemas diferentes.
POR LAURA BATKIS