Aspectos de la Curaduría de Arte en la Argentina – Rojas

Diciembre de 2003. Texto para el libro ‘Aspectos de la Curaduría de Arte en la Argentina’ coordinado por Jorge Gumier Maier, publicado por el Departamento de  Extensión Universitaria del Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA).

La primera vez que realicé una curaduría fue en el año 1995. Fué en Sudáfrica, era la Primera Bienal Internacional en la ciudad de Johannesburgo. Sudáfrica salía de cuarenta años de apartheid, se levantaba el boicot por parte de la comunidad artística toda, y se convocaba por primera vez a elecciones democráticas. Acepté porque me parecía muy interesante ir a un país en el que se estaba viviendo una transición histórica, con la candidatura de Nelson Mandela, quien fue presidente algunos meses después de la bienal. A Mandela pude conocerlo, conversar con él y es unos de los recuerdos más emotivos de toda mi vida. La invitación vino desde Sudáfrica a la Dirección de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores. El director en aquel momento era Kive Staiff, y trabajé en equipo con la generosidad del personal que entonces trabajaba en la Cancillería Argentina. Esther Malamud (Ministro), Maraní González del Solar, a cargo del área de artes plásticas de la Dirección. Un año antes, en 1994, el comité de la bienal nos había invitado, a todos los curadores y críticos de arte que participaríamos de un evento, a un Congreso de Curadores en Johannesburgo. Fueron quince de días de conferencias, charlas y debates para definir el concepto de esta primera bienal sudafricana. Tuve la oportunidad de conocer a otros curadores y críticos de arte de todo el mundo como Octavio Zaya (a cargo del envío español, y editor de la publicación “Atlántica Internacional” del Centro Atlántico de Arte Moderno, CAAM), Anthony Bond, de Australia, al belga Bart De Baere (curador del Museo de Arte Contemporáneo de Gante, quien había participado en la Documenta 9, Kassel en el comité de selección conformado por el director Jan Hoet). También estuve con Kendel Geers, Marteen Bertheux de Holanda, Guillermo Santamarina de México, los brasileros  Nelson Aguilar (curador general de la XXII Bienal de San Pablo en 1992), Agnaldo Farias, e Ivo Mesquita, Charles Merewether (curador del departamento de arte latinoamericano del Museo Paul Getty en Malibú, Los Angeles), y el nigeriano  Okwui Enwezor (quien posteriormente estuvo a cargo de la 2º edición de la bienal sudafricana y tiempo después, en el 2002 fue el primer director  artístico no europeo de la Documenta 11 de Kassel). Una experiencia sumamente enriquecedora porque me permitió salir de Buenos Aires y comprender los términos en los cuales se manejan los curadores de otros países. Como el tema de la Bienal era el “Multiculturalismo “, decidí primero no optar por un único artista y elegir artistas con propuestas muy diferentes, evitando la unificación por estilo o movimiento, y priorizando la diversidad de enfoque de cada uno de ellos frente a este tema. Los artistas seleccionados fueron, Luis F. Benedit, Marcia Schvartz, Sebastián Gordín y Mariano Sapia. En Johannesburgo tuve la incondicional ayuda del entonces agregado cultural de la Embajada Argentina en Pretoria, Germán Domínguez. Me ofreció su equipo de trabajo para el montaje y la resolución de problemas técnicos. También tengo que agradecerle a Marcia Schvartz, quien viajó conmigo a Sudáfrica y fue para mí un apoyo afectivo importante. No la conocía, se creó un vínculo y nos divertimos muchísimo. 

Considero el trabajo curatorial como una labor en conjunto, en la que el protagonista es el artista y el curador acciona el pensamiento del artista, como un productor ejecutivo, para poder llevar a cabo la materialización de un proyecto, y actualizar lo que potencialmente es el pensamiento y la idea del autor. Al hacerlo, el curador tiene que adaptarse a las condiciones de cada muestra. El curador no es la estrella ni el protagonista, insisto, es parte de un equipo. Y si artista y curador no reman para el mismo lado, el barco se hunde y la muestra fracasa. Por eso, sin sentido común, tolerancia y respeto, no puede haber un trabajo curación satisfactorio y placentero. 

Mi segunda experiencia importante en el área curatorial fue en el año 2000. Durante un año estuve a cargo del Centro Cultural San Martín, dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fui convocada por María Victoria Alcaraz. También allí me sentí muy cómoda porque elijo trabajar con gente con la cual me siento respetada. Parece algo básico de comentar, pero, personalmente, el buen trato me resulta una condición fundamental del trabajo. No soporto el abuso de poder; en este aspecto soy muy sensible y si me siento presionada o sobre adaptada, actúo como Bartleby, el personaje del cuento de Melville, digo “gracias, pero preferiría no hacerlo” y me retiro.

Para darle visibilidad al C. C. San Martín adopté una estrategia muy simple. Empezar con artistas conocidos y muy convocantes (que me interesan, por supuesto) y después, una vez que el sitio se convierte naturalmente en un lugar frecuentado por el público, tanto del visitante informado del mundo del arte como del espectador común (es un centro cultural barrial municipal) ya empezó a funcionar mejor. Entonces abrí el juego a otros artistas menos conocidos, y a otras ramas del arte como el humor gráfico. No creo en el criterio de tendencias ni en el tema de la juventud como valoración en sí misma. La primera muestra fue de Marcia Schvartz. Sabía que ella tenía guardada en cajones toda la obra producida durante su exilio en Barcelona, que nunca había sido exhibida en la Argentina. Es un dato que me pasó Alejandro Furlong, y en seguida tomé esa idea. Me pareció interesante y oportuno mostrar esos trabajos. La exposición se tituló “Pasteles: Barcelona- Buenos Aires”, y yo escribí el texto del catálogo con un título sugerido por la artista: “Años duros”. Después vino Pablo Suárez. A él se lo conoce mucho por sus esculturas, pero yo pienso que también es un excelente dibujante. Le pedí obra gráfica y témperas sobre papel. También siguiendo su criterio, o sea, trabajando en conjunto con el artista (que, insisto, es mi modo de entender este asunto), respeté su concepción de la muestra, “Resistiendo”, porque lo entendí. No hablaba de Resistencia como en los años sesenta, sino más bien de una actitud personal, usando otro tono de voz a partir de una decisión muy crítica de cambio de hábitat y de vida, usando ahora el singular y no el plural. Como diciendo, “yo Pablo Suárez estoy resistiendo, y lo hago así”, sin obligar a que los demás lo sigan y usando de modo menos declamatorio que en otras épocas. Fue cuando Suárez se fue a vivir a Colonia del Sacramento en Uruguay y optó por tomar distancia del mundo del arte y de Buenos Aires, como una forma de resistir frente a situaciones económicas, políticas y sociales que no toleraba. 

Otra muestra que me gustó particularmente fue la de Rep, porque me parece que el humor gráfico es parte del arte y siempre está ese prejuicio de que es un arte menor o popular frente a la pintura. Su muestra, “Mutiladitos Suplicantes” me acercó a otra gente, a conversaciones y debates de humoristas gráficos, un mundo muy diferente al de los artistas plásticos. Y acá quiero aclarar un punto. Parte de la curaduría (y también parte de todo mi trabajo como historiadora de arte, docente y crítica de arte) es un modo de vida que tomo como una posibilidad de abrir puertas hacia otros mundos, otras maneras de pensar, y salir del metro cuadrado en el cual uno circula generalmente. Si algo me aburre, lo dejo y cambio. Por eso, en mis clases, puedo hablar de arte contemporáneo, pero también de Giotto, Leonardo o de Borges. No me interesa eso de la especialización. De pronto sigo a un artista y a veces su obra deja de interesarme, porque es parte de la vida. No me siento ni propietaria ni dueña de los artistas con los que trabajo, ni siquiera de los textos que escribo. Es un trabajo que además me da mucho placer, y en ese sentido me siento privilegiada. Cuando doy una clase en el Centro Cultural Ricardo Rojas (además de otros lugares y de mi actividad docente privada) me parece casi un milagro que me paguen por hablar de Miguel Angel. En la docencia encuentro ese círculo de gente a la que le interesa lo mismo que a mí, y con los alumnos se genera, como a veces con algunos artistas, lazos muy intensos. Después está el “otro mundo”, el de mi familia, mis amigos de la infancia, y demás, que considerados de manera global, conforman mi círculo de pertenencia, independientemente de posibles diferencias intelectuales, sociales o ideológicas. Es parte de mi naturaleza, circular por distintos ámbitos intentando, en la medida de lo posible, quitarme mis propios prejuicios, que son inevitables, porque cada uno de nosotros fue formado en un ambiente cultural, social y familiar diferente. Y a veces lo que me gustaba ayer no me interesa hoy, pero eso no tiene nada que ver con el afecto. Puede dejar de interesarme la obra de un artista pero no por eso dejo de ser su amiga, y viceversa. 

Siguiendo con el San Martín, después vinieron las muestras de Judi Werthein (absolutamente experimental), arte digital con Elisa Strada, los objetos serigrafiados en vidrio de Lucio Dorr, fotografías de Juan Erlich y pinturas de Alejandro Bonzo. 

Los textos de los catálogos fueron en algunos casos escritos por mí, y otros por gente que los artistas elegían: Inés Katzenstein (Judi Werthein), Eva Grinstein (Elisa Strada), Pablo Siquier (Lucio Dorr), el cineasta Eduardo Milewicz (Juan Erlich) y Alberto Passolini (Alejandro Bonzo). Para la realización de los catálogos, montaje y marcos, trabajé con la gente de planta del Centro Cultural San Martín y del Gobierno de la Ciudad, sin convocar a gente de afuera para abaratar costos y porque trabajan bien. 

La gestión terminó abruptamente cuando asumió el nuevo Jefe de Gobierno, que removió a María Victoria Alcaraz de la dirección del C.C. San Martín, y entonces mi trabajo no pudo tener continuidad. A ella la seguí cuando, al año siguiente, la colocaron al frente de la Dirección General de Promoción Cultural. Fue en el 2001. Yo era Coordinadora del Área de Artes Plásticas de todos los centros culturales barriales dependientes del Gobierno de la Ciudad. Allí ya era un eslabón perdido en medio de una cadena de cargos e intermediarios. Intervine en el primer Estudio Abierto que se realizó en San Telmo, pero francamente no me sentía cómoda. Mis conceptos sobre la “cultura y el arte” me resultaban muy pobres frente a las necesidades reales de barrios más alejados del microcentro como La Boca, Barracas y demás. Y no podía hacer nada de nada. Por suerte mi contrato venció, me fui y no quise volver más. 

Como de una cosa sale otra, trabajando en el San Martín me contacté con el director del Instituto Goethe de la ciudad de Córdoba, Alberto Ligaluppi. Me llamó para ser la curadora de una muestra de artistas cordobeses. Una experiencia interesantísima porque no los conocía para nada. En un primer viaje a Córdoba miré cientos de carpetas y visité muchos talleres. Después hice la selección. La muestra se realizó en el año 2000, en la sede del Instituto Goethe de Córdoba. Se tituló “Memoria, amor, sexo y humor en la obra de ocho artistas”. 

Otra vez, una cosa me llevó a otra y en ese transcurrir en el que dejo que los hechos simplemente sucedan, a través de Ligaluppi conocí a Marcela Santanera. Era la época en la que se empezaba a hablar de “espacios alternativos”. Entonces ella me propuso organizar, dentro de la Feria de Galerías de Arte de Córdoba del año 2001, el envío y curaduría de los espacios alternativos porteños, mientras otro curador local se ocuparía de los cordobeses. Seleccioné los espacios, y la curaduría de los artistas fue una labor conjunta con los directores de dichos espacios. Viajamos todos a Córdoba, donde vivimos una inusual experiencia de solidaridad, entre todos, exponiendo y conversando en el Jockey Club de Córdoba, donde se realizó la Feria. Ellos no se conocían, y al compartir ese espacio en Córdoba se produjeron intercambios interesantes. 

En el montaje de este evento colaboraron los integrantes de la Fundación Nautilius, a cargo de Remo Bianchedi y vinieron de La Cumbre hasta Córdoba para ayudarnos. A partir de este contacto, surgió al año siguiente un evento de autogestión, “Arte en La Cumbre 2002”, que organizaron los integrantes de La Nautilius, junto con Remo Bianchedi, Livia Basimiani y Javier Ríos (de Sonoridad Amarilla) y yo.

Mi última experiencia de curación hasta la fecha es creo, mirando hacia atrás, la mejor desde el punto de vista personal y profesional. Marcela Santanera, a cargo del Departamento de Artes Visuales del Cabildo de Córdoba, me ofreció el espacio (El Cabildo) para organizar una muestra. Entonces empecé a pensar en el lugar. El Cabildo es un sitio cargado de historia y de memoria. Ubicado en el medio de la Manzana Jesuítica, el Cabildo cordobés fue cabeza del municipio en el siglo XVI (los cabildos eran los continuadores en América de los fueros castellanos), donde la ciudad celaba por sus propios derechos. Posteriormente fue asentamiento de la policía provincial en el siglo XX y en centro clandestino de detención en los años setenta. Actualmente es sede de la Municipalidad de Córdoba y Centro Cultural. Con toda esta carga de sentido que tiene el edificio, me puse a pensar en alguien que pudiera trabajar en ese particular contexto, con toda esta historia. Y pensé en Clorindo Testa. Yo había realizado una investigación sobre sus obras, junto a la de otros artistas, gracias a una beca de la Fundación Antorchas que gané en 1994. En aquel momento hice un informe que quedó guardado en un cajón, nunca pensé que volvería a usarlo. Lo llamé a Testa y entusiasmadísimo aceptó. Esto fue en febrero de 2003, la muestra se realizó entre septiembre y octubre del mismo año. La idea de la muestra fue completamente suya, pero el trabajo en colaboración resultó de una unión y un respeto que nunca antes había sentido. Yo le llevé fotos del espacio, bibliografía sobre la labor de los jesuitas en Córdoba, él consiguió otro tanto de material bibliográfico, y así íbamos teniendo reuniones en las que yo seguía los avatares de su pensamiento. La muestra, cuyo catálogo prologué, se llamó, “Crónicas y ficciones sobre algunos planos faltantes de la arquitectura argentina, recientemente hallados en Ceppaloni por el arquitecto Clorindo Testa”. Frente mis incipientes 41 años y sus incipientes 80, de ese momento (él cumple el 10 y yo el 7 de diciembre), hubo una comunión en la que se anuló toda diferencia de edad. Los dos nos metimos en ese lugar de sorpresa e invención de la infancia, que es parte del juego del arte, un juego cargado de ficción y realidad al mismo tiempo.  Yo aprendí de él y él se apoyaba en mí. Y tuve el honor y el inefable placer de trabajar al lado de un gran maestro, porque tiene lo que yo considero tres rasgos fundamentales en la obra de un artista: inteligencia, humor y talento. 

POR LAURA BATKIS