Prólogo del catálogo de la exposición “Amores” de Amalita Amoedo en Magendie, Buenos Aires, 2009.
Tenía mucha curiosidad de encontrarme con Ama. Hacía mucho que no la veía y habían pasado 7 años desde que le escribí el último prólogo de su muestra.
Terminaron los años 90, esa fiesta en la que Ama participó con sus fantasías de turquesa y caramelo, pasó la vida, el maestro partió y yo temía que el tiempo hubiera cambiado el candor de aquella niña mujer que pintaba para ser libre y alivió y también me alegró encontrarme con esta artista que transmite la honestidad transparente de aquellos pocos que se parecen a sí mismos. Igual que antes, llegar a su casa es como haber entrado directamente en su obra. Una obra que ahora tiene los rasgos de un nuevo continente, con Mauro escuchando su música y sus dos amores que la trajeron de vuelta al mundo del arte. Ama tomó distancia para construir su nueva patria y diseñó su familia con la minuciosidad de sus obras. Su antiguo taller es hoy otro bunker, una sala repleta de disfraces y juguetes que ahora como ante la aparta y la protege de la tediosa neblina del malestar del afuera. Isabella y Angelina, se disfrazan y posan para su madre. Porque ellas, sus Amores, fueron el disparador para que Ama imagine esta muestra del retorno.
En estos trabajos nuevos, la artista opta por la fotografía de la intimidad retratando su mundo privado. En este sentido se ubica en la línea de otras fotógrafas mujeres que como Sally Mann y Julia Margaret Cameron hicieron público lo privado tomando como modelos a los seres de su entorno cotidiano. En una foto Isabella y Angelina están como musas Prerrafaelitas, con vinchas de tul bordado, flores de tela y el infinito del fondo con lentejuelas turquesas. Ama interviene cada una de las fotos con una puesta en arte que tiene la atmósfera del film María Antonieta de Sofía Coppola. La ornamentación barroca con marcos dorados se mezcla con el colorido pop de otras imágenes como las tizas colores turquesa, rosa, amarillo y verde. En otra obra, Ama pega la foto de un colibrí sobre la imagen de un sillón de terciopelo. El colibrí es para la artista un poco como la vida, que da vueltas, avanza, retrocede, en un ir y venir que marca también los pasos en la carrera artística de Ama.
La ternura infinita de su hija sirena queda plasmada en una poesía escrita en rouge sobre un espejo.
Lluvia de flores con brillantina y un adiós de despedida y entonces me voy de su casa y celebro con alegría de haber vuelto. Para Ama el arte es encuentro, porque religa y comparte, con la palabra Amor como el único camino que le da sentido a todo, a la Vida y al Arte.
POR LAURA BATKIS