Fantasías de turquesa y caramelo – Amalia Amoedo

Prólogo del catálogo de la exposición “Objetos de arte” de Amalita Amoedo en Espacio Giesso Reich, Buenos Aires, 1998.

Uno transita por la vida al lado de gente que nunca llega a conocer del todo, que oculta su verdadera naturaleza con una barrera infranqueable. Amalia Amoedo (1976) es lo opuesto. Bata con mirarla para percibir que esa primera impresión de frescura que irradia es como una radiografía de su alma, clara y transparente. La misma candidez se transmite en su obra. Su irrupción en el mundo del arte se produjo casi por casualidad, cuando hace unos años empezó a acompañar a su hermano Alejandro a ver muestras. Su entusiasmo fue creciendo, y su amigo Mathías le recomendó tomar clases con Nicola Constantino. Desde entonces, encontró un lenguaje que su excesiva timidez le impedía traducir con las palabras. Dice que descubrió “eso que le faltaba” y que cuando está en su taller es feliz. Esa felicidad se siente, la alegría perpetua de regresar al mundo idílico de la infancia, de la fiesta perpetua y de los sueños imposibles.  Permanecer sumergida en una bañadera de caramelo líquido, rodeada de una cortina de golosinas o imaginar tirarse en una pileta de purpurina. Como el nombre de un espacio de arte recientemente inaugurado, “Belleza y Felicidad” parece ser el lema de esta nueva generación del 2000, muy alejada de las tendencias apocalípticas y de la revulsión como postura estética.

El montaje de esta muestra tiene el recorrido de una ambientación, en la que se apela a todos los sentidos del espectador. La vialidad de sus cuadros se mezcla con el olor de las esencias aromáticas, que yacen sobre una tarima como en los estantes de una perfumería, acompañando los cuadros con la foto de Carolina, la muñeca de su niñez. El visitante puede manipular los envases y salir impregnado con fragancias de rosa, chocolate, jabón, y naranja. Los sabores se mezclan con el sonido del mar y el ruido de la lluvia, creando una atmósfera de gran placidez. Con absoluta libertad, Amoedo usa materiales diversos, envolviendo los soportes con celofán y papel metalizado, espinas de flores o ingredientes poco convencionales, como chocolate derretido y cristales de roca. La fascinación por el brillo y las lentejuelas invade toda la sala. Colgados del techo, unos patines de hielo revestidos en pequeños pedazos de espejos, relucen con la poesía de una inscripción insinuante: “Las turquesas en tu alma protegerán tu sueño más profundo”. En un juego sensual que circula entre la ingenuidad y el erotismo, la artista arma una torta de jabones de colores simulando piezas de piedras transparentes, con esferas que encapsulan sus deseos más privados. Como un fetiche de carácter ritual, es una ofrenda colectiva invocando la anhelada utopía de un mundo mejor: las cartas buenas del tarot, como la estrella y los enamorados, una Rosa Rosa y la palabra AMOR.

Para Amalia Amoedo el arte es un destino predeterminado, un estado de encantamiento que le fue revelado y al que ha decidido embarcarse como un eje vertebral que le otorga un nuevo sentido a su existencia cotidiana. 

POR LAURA BATKIS